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lunes, abril 29, 2024

Cuadrando el Círculo: La Mamá Grande de Gabo, y la mía. (Homenaje a la profesora Blanca Velia Cáceres de Rivera)

Herbert Rivera C.
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(Homenaje a la profesora Blanca Velia Cáceres de Rivera)

En 1959, en Bogotá, el escritor Gabriel García Márquez escribió el cuento “Los funerales de la Mamá Grande”, publicado hasta 1962, en el que narra la historia de María del Rosario Castañeda y Montero, más conocida como la Mamá Grande. Es ese un fantástico relato parido por una mente genial que da cuenta de la matriarca absoluta del reino de Macondo, que vivió 92 años y fue propietaria de miles de hectáreas de tierra, dueña de un patrimonio invisible que comprendía los colores de la bandera, los derechos del hombre, los discursos trascendentales, el orden jurídico y la moral cristiana.

Cuando murió esa Mamá Grande, su entierro congregó a muchedumbres, personas que ejercían los más diversos oficios desde alquimistas a “contadores de perras”, representantes de instituciones del Estado y la Iglesia y también todos los personajes pintorescos que fueron a despedirse (y a comprobar la muerte) de aquella última soberana por quien el presidente de la República decretó nueve días de duelo nacional y le rindió honores póstumos en la categoría de “heroína muerta por la patria en el campo de batalla”.

Igual llegó el papa, que desde las habitaciones de Castel Gandolfo, en donde pasaba el verano, salió para Macondo a presenciar el entierro y vivió por primera vez “la fiebre de la vigilia y el tormento de los zancudos”. Además, entre las reinas nacionales de todas las cosas habidas y por haber: estaban la reina del mango de hilacha, la reina del guineo manzano, la reina del coco de agua, la reina del fríjol de cabecita negra y la reina de 426 kilómetros de sartales de huevos de iguana.

Antes, fuera del lamento por la muerte y el sepelio de ficción de aquella matrona gigante y monarca montaraz, dentro de la realidad del meridiano de octubre de 1932, se festejó la vida en aquel arrabal de un pueblo con título de municipio y aspiraciones de ciudad. Ahí, en Lepaera, Lempira, nacía una cipota hermosa, blanca de tez y Blanca Velia por nombre, quien colorearía y embellecería la existencia de su estudiosa descendencia y también con su docencia a centenares de alumnos en sus casi 40 años de apostolado magisterial.

Así inició su periplo vital la dama regia que en casi un siglo en que su riqueza no ha sido nunca material, pero sí de abundancia ética y holgura moral.

De lo tangible solo poseyó un predio grande en el que hicieron un hotel sin huéspedes, y es dueña y señora de una casona verde en donde nuestra mamá grande hizo su reino con abundantes libros, y flores de todos los perfumes, formas y colores.

También en esos dominios de la matrona lenca hay cactus que por enanos no espinan a nadie, pero para salvar o arrasar vidas hay un bulldog al cual, en lugar de ponerle un nombre de guerrero vikingo para realzar su ferocidad, un despistado nieto bautizó con identidad de santo creyendo ingenuo así domar a esa fiera canina, debo añadir que hubo también un par de loros australianos que, acicateada por su incipiente sordera les recompensaba su belleza y su trinar con serenatas a todas horas, hasta que un olvido suyo hizo que su colegas cantores volaran en búsqueda de nuevos escenarios y un nuevo auditorio, y esa traición voladora le dolió hasta llorar.

No obstante, con más alegrías que tristezas y esa misma ternura de madre amorosa que la caracteriza siempre, imagen clarísima de Dios, es que también se hizo dueña y reina de la vida y corazones de cinco hijos, y de 15 multifacéticos nietos y por ahora dos bisnietos, congregados casi todos el lunes 17 reciente para celebrarle sus 90 “Lunas de Octubre” a esta ciudadana de excepción, de solvencia moral y con el señorío que da solo el comportamiento decente y probo, el buen hacer y el bien estar a las personas buenas y a los excelentes ciudadanos.

Por ello, en tu casi centuria, felicidades amada madre por tu buena vida que la hemos disfrutado a veces en la lejanía geográfica, pero más sentidamente en la cercanía que nace y se prolonga desde el corazón.

Aquí, en mi escrito semanal te añoro y celebro tu vida con tu bendición perenne de mamá grande e iluminado por tu aura de reina y diosa, y dueña toda de mis afectos y de mi corazón. Silente, te disfruto y gozo por tu complicidad de vida como mi amiga entrañable, dulce consejera, compañera solidaria, madre primorosa y plena, educadora abnegada y en raras ocasiones severa.

Venido el tiempo, ahora tus pasos llegan lentos por la carga y el peso de los años, pero livianos por la conciencia límpida y diáfana como magnífico ejemplo en tu empeño eterno de obrar bien, de cumplir la ley y en la cotidianidad de actuar siempre con integridad.

Así pues bendita madre te celebro tu vida y agradecido me postro ante El Eterno por darnos a ti como reina y ángel en nuestras vidas, y, con la seguridad también, que aún ante el inexorable e inevitable destino, seguirás siendo la reina, diosa y dueña de mis afectos y de todo mi corazón.

Ahora que me inspiras, el día se fue y tras el ocaso vespertino y dicharachero con la oscuridad llegó la noche, el consecuente silencio y la quietud inspiradora. Otro día llegará y el calenturiento astro rey dador de vida otra vez caerá sobre tu plateado y nonagenario pelo, pero con el alba vendrá raudo otro día para iniciar tu trayecto a los 91 como ser humano noble, de ser semilla y fruto, principio y fin, tierra y cielo, y pan y abrigo para tus hijos, y ciertamente puro corazón para tu alegre prole.

Así, con el sentimiento desbocado y en estampida los afectos, agradecido con El Eterno, celebro por el espléndido regalo de tu vida siendo excelsa y abnegada madre, casi santa y ciertamente ángel, y ante la ineludible certeza de que un año más es un año menos, te festejo como antes y como siempre, rendido ante la magnanimidad del Dios a la mamá grande que es eternamente será mi pajarito bello. Gracias Señor. Feliz cumpleaños mamá.

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