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jueves, marzo 28, 2024

CUADRANDO EL CÍRCULO: Hasta para el desacuerdo hay que ponerse de acuerdo

Un blanco con humor negro, en una de sus “perlas”, narra que una divinidad se le apareció a un indígena y le ordenó que le hiciera una iglesia. Ante la negación por la incredulidad del campesino: “Por ser mujer lloró y le dijo haz lo que quieras (que no es otra cosa que harás lo que yo digo o te jodes), y ante eso el aborigen hizo lo que la santa ordenó”.

Ficción o no, broma o en serio, he ahí una breve muestra de algo que pudo lograrse por negociación o consenso, pero no, la venerada basílica que quedó es resultado de una imposición y no de un acuerdo.

El convenio, pacto, acuerdo, trato, concierto o negociación, es una herramienta clave para la vida misma. Negociar no es mandar, implica el involucramiento de todos para que lo acordado o consensuado sea formal y legítimo y no responda a convicciones solitarias o individuales.

Negociar es influir para tener en todo momento las puertas abiertas a la paz (este es un proyecto de todos), o a la guerra (esto se hace porque es mi decisión).

Siendo así, cuesta creer que algo tan obvio y lógico, posiblemente fácil y quizás difícil, haya aparentado ser casi imposible, funesto sí y casi trágico, para consensuar o ponerse de acuerdo y elegir a la nueva Corte Suprema de Justicia.

El comportamiento de los diputados, especialmente sus caudillos, otra vez ha dejado mucho a deber a la ciudadanía, porque evidentemente la clase política aún no aprende de los fracasos, errores y lecciones reprobadas, lo cual, aunque entendible, resulta intolerable, injustificable e incomprensible para el infortunio de quienes los eligen.

La política es el arte de ponerse de acuerdo con intereses diferentes para permitir la convivencia y, para eso, en la toma de decisiones es necesario conocer todas las opiniones, las visiones y toda la información de una manera transparente, sin descalificar ni minimizar nada ni a nadie, y evitar la sensación de que hay una forma de influir oscura y a puerta cerrada.

Evidencia de lo anterior es Simón Péres (sic), político, parlamentario, estadista, escritor y poeta, dos veces primer ministro y presidente del Estado de Israel desde 2007 hasta 2014, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, en 1994, conjuntamente con Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina, (OLP), Yasser Arafat, alguna vez el terrorista más odiado y el peor enemigo del estado judío pues guerreó por su desaparición.

De este estadista de excepción, que no quiso ser militar sino ingeniero para “construir con piedras o con palabras”, rescato algunas experiencias, sin la esperanza que los pigmeos de la política nuestra aprendan de un gigante en el arte de hacer posible lo que parece imposible.

“Respetaba a Arafat, un hombre sin un Estado y sin un ejército. Lo que hizo durante 30 años no fue nada fácil, mantuvo a Palestina en la agenda mundial, es un logro muy destacable tanto como si me gusta como si no. Ante todo, le respetaba”.

“No puedes negociar con alguien que no respetas, pues la negociación se acaba antes de empezar. Cuando negocias debes tener cuidado en no ganar demasiado, cuando eso ocurre pierdes al interlocutor y se acabó”.

“En determinado momento, si no puedes llegar a un acuerdo, el único acuerdo que se puede alcanzar o conseguir es un desacuerdo y dejar las cosas como están. En un acuerdo pierdes y ganas”.

“Para la tolerancia hace falta la mayoría, para la intolerancia basta con un pequeño grupo”.

A Nicolás Maquiavelo se le atribuye el dicho: “La política es el arte de lo posible”, aunque otros sugieren que es del primer ministro inglés, Winston Churchill; del canciller alemán, Otto Von Bismark; y también del filósofo griego Aristóteles.

Para la dos veces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, la política también es el arte de ponerse de acuerdo, de consensuar, de identificar cuáles pueden ser sus ciertos intereses tras cada una de esas metas y buscar la mejor forma de salir adelante.

No obstante, la política también consiste en prometer lo imposible cuando se está en la oposición y justificar la inmoralidad de las medidas tomadas cuando se accede al poder.

François de Callières, un diplomático francés de la Corte de Luis XIV, de quien dependió buena parte de la firma entre franceses y españoles del tratado de Ryswick en 1697; en su libro “Negociando con Príncipes”, todo un tratado sobre el arte de negociar señala: “Si el propósito es obtener éxito en las negociaciones, resulta más importante escuchar que hablar, mostrar mucha flema, autocontrol y discreción y saber valerse de una paciencia a toda prueba”, y añade:  “Siempre conseguirá más negociando que imponiendo. No olvide que, en el fondo, la negociación no es más que ejercer el poder de la influencia”.

El negociador debe ponerse en el lugar del otro y decirse: si yo estuviera en su posición y tuviera el mismo poder, las mismas pasiones y los mismos prejuicios, ¿qué efecto causarían en mí las cosas que debo proponerle?

Todo lo anterior habla de la sanidad política y claridad moral de grandes jefes de Estado y excepcionales negociadores, enormes en su dimensión ética y compromiso para con los suyos, lo contrario, la podredumbre se ve aquí, siempre, casi a diario, y en esta ocasión más que nunca.

Seguramente por situaciones similares es que el estadista israelí, Simón Péres enfatizó: “La enfermedad de los políticos es la sospecha, son muy desconfiados y por eso tienen que luchar y luchar entre ellos como competidores. Con ellos la opinión pública está siempre alerta, en tensión, siempre preocupados por lo que pasará el día siguiente. Dicen no se puede ser político sin estar enfermo”. Para que más.

Herbert Rivera Cáceres
[email protected]

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