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domingo, febrero 9, 2025

Auschwitz: un recordatorio eterno

El sábado 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas que entraron a Polonia, se encontraron con que, al sur de Cracovia, en un pueblo que lleva por nombre Oswiecim, se ubicaba el campo de exterminio que los nazis denominaban Auschwitz-Birkenau.

En ese averno terrenal, más de un millón de judíos fueron ejecutados por los esbirros de las SS, que trataron inútilmente de borrar las pruebas que los condenarían eternamente por los crímenes cometidos contra la humanidad.

Estar en Auschwitz es una experiencia inenarrable que solo puede ser sentida por quienes han desfilado por sus dantescas entrañas, cuya atmósfera enrarecida impide que uno pueda tomar fotografías, cuando se permite, o comentar algo con el compañero visitante.

Puestos los pies en ese vasto recinto de torretas de vigilancia y alambres electrificados, los únicos sentidos que funcionan son la vista y el oído, que permanecen enviando señales que no pueden ser procesadas por el cerebro en las 4 horas del recorrido.

Tampoco se piensa en la familia, los amigos, ni en el lugar de procedencia; solo aflora el desprecio hacia aquellos asesinos desconocidos y la inevitable solidaridad para las víctimas, cuyos rostros aparecen en cientos de fotografías exhibidas en un largo pasillo que recuerda el espantoso camino hacia las cámaras de la muerte.

A pesar de los miles de personas que visitan el lugar, Auschwitz-Birkenau no es ningún centro turístico, aunque muchos quieran verlo de esta manera.

Es una cita obligada con la deshumanización que rompe cualquier apreciación superficial que hayamos tenido sobre los hechos antes de pisar el terreno.

Más que un espacio físico, Auschwitz es el testimonio de la crueldad desmedida que el ser humano es capaz de infringir a sus semejantes, obedeciendo al delirio de mentes retorcidas que creyeron en una supuesta predestinación celestial.

Por desgracia, sus legatarios latinoamericanos comienzan a mostrar los mismos síntomas de aquellos genocidas de antaño.

Si uno lo piensa bien, la rememoración es depositaria de una advertencia que jamás debemos olvidar: que las monstruosidades cometidas por un líder que apuesta a la inmortalidad de una doctrina, de la que cree ser Supremo Hacedor, no ocurren de la noche a la mañana; nacen en pequeños actos de intolerancia y de indiferencia colectiva, y que, una vez acumulados, desembocan en horrores, como los cometidos por Hitler o el mismo Stalin.

La llamada “Solución Final” del régimen nazista representa el culmen de la perversidad desmedida; el corolario de las frustraciones que se esconden en la psique de casi todos los dictadores de ayer y de hoy.

Caída la tarde, mientras esperábamos con mi hija Andrea el autobús de retorno a Cracovia, recuerdo que un sol naranja, como el que alumbra los veranos en Honduras, se alzaba sobre el lindero boscoso de Birkenau.

Salí de ese lugar sin volver la vista hacia atrás. No fue la visita en sí lo que me alteró mis sentidos, sino la profunda conversación que tuve conmigo mismo en el silencio de la noche.

Esa noche de insomnio, llegué a la conclusión de que las ideologías que prometen la gloria y la salvación deben ser erradicadas desde un inicio, antes de que sea demasiado tarde, y antes que la historia se repita con todo y atrocidades, tal como ocurrió en aquellos aciagos días de la Segunda Guerra Mundial.

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