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domingo, mayo 5, 2024

A replantear las empresas hondureñas

En la mayoría de las empresas hondureñas, el discurso del cambio organizacional ha sido el mismo que impera en la política y en el Estado: el de la promesa incumplida, el inmovilismo y la falta de visión para adaptarse al mundo. Buena parte de la culpa la achaco a las escuelas de negocios, las universidades y los asesores externos, que, por el afán de obtener ganancias a corto plazo, ofrecen soluciones vanguardistas que no enlazan con la mentalidad localista y tradicional de muchos empresarios.

Pero hay otras causas no menos importantes. Algunos empresarios se acostumbraron a navegar en condiciones de oligopolio y de proteccionismo estatal, sin dejar de mencionar el conformismo de los clientes. De hecho, lo que mueve a las empresas norteamericanas a reinventarse, son los mismos clientes que se han vuelto más exigentes con la calidad y el valor agregado de bienes y servicios. Y porque la competencia perfecta obliga a repensar la efectividad de las organizaciones. Los mercados ya no son los mismos después de la pandemia del COVID-19, ni serán los mismos con la entrada de la China Continental al terreno de las acciones.

Las iniciativas de los años 90, década del boom del cambio organizacional, del rediseño, de las estrategias corporativas y las certificaciones en calidad y responsabilidad empresarial, no funcionan. Aquel entusiasmo con el que arrancaron muchas empresas hondureñas no pasaba de los primeros meses. Es lógico: en condiciones oligopólicas, y en mercados protegidos, las ventas difícilmente decrecen, por tanto, no existe la necesidad de llevar las cosas más allá del discurso y las intentonas. Todo ha sido maquillaje y puro “bluff”, como dicen los gringos.  ¿Quién se esforzaría por ganar el Premio Deming o el Baldrige, si no existe la necesidad de sobresalir a nivel mundial?

Por otro lado, la interfase histórica que estamos atravesando no ha sido advertida, ni en las empresas, ni en las universidades. La falta de visión panorámica sobre el nuevo orden -o desorden- mundial, mantiene desconcertados a muchos empresarios, que piensan que se trata de una tormenta que pronto amainará. Como dijo Zygmunt Bauman, esta crisis vino para quedarse.

Las amenazas son variadas: desconfiguración de los sistemas políticos tradicionales, la fluctuación demográfica, derechos de minorías, preferencias posmodernas respecto al consumo, recomposición de valores generacionales y, sobre todo, el Bitcoin, y los nuevos competidores que amenazan con tecnología más avanzada. Pienso en la China, desde luego.

Todo esto, sin contar que las estructuras organizacionales tradicionales deberán recomponerse o desaparecer. La burocracia se acabó. Los gerentes deberán convertirse en agentes de servicios, mientras los centros de costos como Recursos Humanos, ya no tienen razón de ser. Piensen en las redes de cooperación interorganizacionales. Me cuentan después.

Habrá que moverse rápidamente a repensar y rediseñar los contenidos programáticos de universidades: exigir experiencia gerencial a los profesores, revisar las teorías que se han enseñado en los últimos cinco años, y cerrar carreras que ya no funcionan.

Tómalo o déjalo: esa debe ser la máxima rectora de nuestras empresas, frente a un escenario que no es aquel de los años 90, el del lenguaje académico petulante, lleno de anglicismos técnicos, y de iniciativas “tropicalizadas” que perdieron vigencia hace mucho tiempo. Este fenómeno que estamos atravesando apenas comienza. Es otra cosa.

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