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martes, julio 1, 2025

Una medalla de oro para Noé

Recientemente escuché una historia de esas que inspiran, si bien uno no es capaz de derramar lágrimas, siente por dentro el pecho oprimido de la emoción de escuchar a alguien que logró salir de situación de calle y abandono.

Noé, un graduado con excelencia académica a nivel de maestría, portador de la medalla de oro, en una universidad privada de gran prestigio a nivel nacional e internacional, dio las palabras en nombre de todos los graduados de su promoción, por ser el mejor estudiante, pocos conocíamos su historia.

Primero dio gracias a Dios, a su esposa y luego, con palabras entrecortadas logró contar parte de su vida como niño de la calle, rescatado por personas amorosas, llenas de bondad, hacedores del mandato divino de ayudar al prójimo, aunque no somos salvos por obras, sino por Su gracia, tenemos un deber y un llamado.

Estas historias de éxito no se traducen en dinero, sino en el verdadero valor de la creación divina que nos muestra que cada niño y niña tienen son invaluables.

Rescatar a la niñez de las garras del abandono es el reflejo de una sociedad sana, que busca potenciar lo mejor del ser humano. Cada vez que vemos a un pequeñito en situación de abandono y volteamos a otro lado para no sentirnos tan culpables, solo estamos escondiendo nuestros propios demonios, esos que nos dicen que no es nuestro problema, que es de alguien más.

La crueldad que respiramos en cada semáforo de las ciudades principales es un drama humano, no debemos esconder nuestra mirada de ellos, mínimo podríamos llevar comida para darles, o por lo menos, frutas, galletas y agua, prácticamente ellos viven en su propia Gaza.

Son niños y niñas obligados a la mendicidad que deambulan por toda la ciudad, que nos dejan sin aliento cuando se acercan para pedirnos dinero. Lo hacen de manera obligada, ellos y ellas deberían estar en el kínder, en la escuela o el colegio. Gozando de la protección de una familia, bajo un techo, con comida, llenos de amor y esperanza.

Nuestros corazones se endurecen cuando pudiendo levantar nuestra voz por ellos no lo hacemos. Ser presidente de una república, alcalde, diputada, ministro, trae consigo una gran responsabilidad en un país en desarrollo como el nuestro.

Olvidar a los más vulnerables es sinónimo de la decadencia humana. Las iglesias y organizaciones de la sociedad civil, empresas socialmente responsables no deben esconderse ante esta realidad de los niños y niñas de la calle.

Cada iniciativa para rescatar a la niñez de esta terrible situación nos puede llevar a recuperarnos moralmente como sociedad, especialmente en este momento histórico en el que la conciencia colectiva está cauterizada y lo único que parece importar es el bienestar propio, como si fuéramos una isla.

La niñez se merece una segunda, tercera y todas las oportunidades necesarias para salir adelante. Así como Noé encontró una vida llena de posibilidades gracias a personas extranjeras que lo apoyaron y le dieron abrigo espiritual y material.

Miles de niños y niñas también lo pueden lograr, pero necesitamos más personas como las que lo ayudaron a él, es momento de que los hondureños ayudemos a otros hondureños. Es hora de despertar nuestra conciencia como sociedad hondureña, no dejemos que el clasismo y el egoísmo nos ganen la partida.

Todos los que habitamos en Honduras, independientemente de nuestros orígenes étnicos, creencias religiosas o ideología política, debemos unirnos, somos hondureños, aquí nacimos, otros se nacionalizaron. Inspirémonos en historias como las de Noé, pensemos que si podemos lograr una sociedad más justa, donde los niños y niñas se conviertan en adultos exitosos como Noé.

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