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lunes, abril 29, 2024

Sociedad ofendida y verdad

En una sociedad siempre hay individuos que ofenden y personas ofendidas, en nuestros países existe la afición a ofenderse por todo, todo es una ofensa, y siempre hay alguien ofendido no importa si es una empresa, una institución gubernamental, un empleado o una lora; siempre hay ofendidos para todo. Una persona muy querida me dijo una vez, “únicamente me puede ofender lo que dice mi esposo, mi hermano o lo que dice mi padre; el resto literalmente no me importa”. Desde un punto de vista personal me parece una opinión respetable y sana, pero llevar la idea a lo colectivo resulta complicado.

El diccionario nos dice que ofender es hacer que una persona se sienta despreciada mediante palabras y acciones, y en su segunda acepción es causar mala impresión a los sentidos; entonces ¿qué ofende a la colectividad? Pues básicamente comportamientos humanos… el actuar de un político deplorable, el actuar de un empresario corrupto, la injusticia del sistema judicial son ejemplos claros de ofensas a la colectividad… a veces. Cualquier valoración sobre lo que resulta ofensivo para un grupo, depende en gran medida de los valores colectivos compartidos. Si colectivamente somos corruptos, insolidarios, sinvergüenzas, éticos, íntegros o solidarios; eso determinará, en gran medida, lo que resulta ofensivo en una sociedad.

Una primera consideración es faltar a la verdad. En las sociedades desarrolladas la verdad aparece en todos los actos de la vida es un estandarte personal y colectivo (Japón, Suecia, Dinamarca, Finlandia) una forma de ser y hacer, en cambio en países éticamente menos desarrollados, la verdad no aparece por ninguna parte, la realidad de los hechos se maquilla con eufemismos, discursos retóricos y la verdad se difumina. Los hechos dan paso a cualquier discurso antojadizo lejano a la verdad. A la colectividad no le interesa conocer la verdad de nada.

También la sociedad desarrollada tiene valores colectivos como la justicia, la igualdad y la libertad, son principios que guían a los ciudadanos en todos sus actos y se espera que desarrollen los comportamientos de su vida bajo estos principios, lo contrario se desprecia, se aborrece y se condena; la persona que traiciona esos valores es un tipo despreciable; un ser vil. En lugares en donde se premian los valores opuestos este comportamiento ético no importa mucho. La coincidencia entre lo que se dice y lo que se hace no es una tarea para cualquiera.

Vamos al lado oscuro, el espacio que ocupa la mentira, ese lugar donde es más cómodo construir una realidad manipulada con artilugios y medias verdades, que dan la sensación de vivir en una sociedad justa, igualitaria y libre. Para las personas que se encuentran en este lado de la moneda, resulta fácil preparar escenarios, tinglados, estructuras en donde todo funciona bajo la “apariencia de verdad” son los reyes del fraude y la apariencia. Si la “ciudadanía está hipnotizada” se le inventa una guerra, un conflicto interno, una guerra monetaria y bajo este esquema, florece el engaño, la corrupción, la pifia, la traición, los negocios chuecos y cualquier cantidad de atropellos y ofensas a la sociedad democrática. Muere la verdad y se ofende gravemente a la colectividad.

Por la forma en que están aconteciendo los hechos a nivel mundial (guerras, crisis económicas, crisis sanitarias), estoy convencido que a la mayoría de la gente le gusta vivir en el espacio del fraude, la trampa y la mentira, parece que la injusticia, la falta de libertad y desigualdad están ganando esta guerra mental.

Si los que mandan no nos ofenden con sus actos y decisiones antidemocráticas, quiere decir que empatizamos en antivalores, tenemos algo en común con ellos; compartimos la injusticia, la ilegalidad y la desigualdad significa, que nos gusta o nos beneficia la corrupción, nos ilusionan las falsas promesas, nos deleita el soborno institucionalizado, nos gusta la falta de ética en los negocios, nos complace la mendacidad y sobre todo, estamos cómodos con el espectáculo… entonces, dos tazas más de caldo.

Ahora bien, si las personas que sienten desprecio por la verdad son las que mandan y gobiernan, y nosotros los ciudadanos los colocamos ahí ¿qué sentido tiene ofenderse ahora de las cosas que dicen o hacen?, acaso no será mejor relajarse y buscar sobrevivir en este mundo de espejos y trampantojos y “disfrutar el espectáculo”, tomar palomitas de maíz y ver como los actores desarrollan su papel en cada acto. ¡El esperpento está garantizado!

En nuestra sociedad la verdad sobre los hechos no interesa, es más importante una media verdad o una mentira. Cuando una persona o una institución habla con la verdad por delante resulta poderosa, contundente, convincente y a veces desagradable, no es cómoda para nadie, no lo es para las personas que lo respaldan y tampoco para los destinatarios de sus argumentos. La verdad es un arma poderosa que algunos utilizan, pero pocos la valoran. La verdad suele ofender y asustar a los que viven del lado de las mentiras, intrigas y corrupción; es un arma contundente.

Podemos concluir que vivimos en una sociedad que tiene sus principios y valores, una colectividad que busca su razón de ser al margen de la verdad. Vivimos en una ficción, una realidad inventada, en donde la gente se ofende permanentemente por todo y de todo, pero rara vez recordamos que esta realidad la creamos nosotros. Creamos un cuento que parece verdadero donde los hechos no coinciden con la realidad.

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