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viernes, abril 19, 2024

SIN VENDAS: El amor sabe a café

Jesús Pavón

¿Sabe?, me dijo la doña… nosotros somos, como dice la canción, hombres de maíz, bueno, mujeres también, corrigió sonriendo. Venimos de un lugar espectacular, con historia milenaria, con costumbres modernas que se juntan con las nuevas para parir este crisol de gentes que nos llaman Latinoamérica.

Somos gente del trópico y más abajo, acostumbrados al verde de los cerros, al calor que nos abrasa hasta sacarnos la modorra, a los ríos color tierra, al zumbido de los zancudos y al vuelo del colibrí. Nos arrullan las ranas por la noche, cuando le croan a los dioses de los bosques, señores de otros tiempos, tiempos que recuerdan, ecos de selvas y guerras floridas, atoles y monos aulladores,  culturas pretéritas que ahora solo viven en piedras milenarias, costumbres y tradiciones muchas idas y otras tan vivas como nosotros, nos crecimos en esta tierra, aún impregnada con las viejas tradiciones, el olor de la tortilla, de los tamales y la yuca,  aún escuchamos a La Llorona y nos persignamos en los caminos de noche, esperando no encontrar al Cadejo, son lo que nos hace únicos, nos hace pueblo, estas costumbres, estos miedos y estos recuerdos de los de ayer, contados por nuestros abuelos, así como se los contaron sus abuelos a ellos y esto nos acompaña en nuestra vida, como el sabor terroso de los frijoles oscuros, oscuros como la piel que lucimos orgullosos al brillar perlada de sudor por el sol-fuego que nos bendice. Somos gente de sombrero, de milpas y frijolares, somos indios del pasado que abrazan a diario la vida moderna luchando por no quedarnos atrás, hablamos y conocemos más ahora, idiomas y costumbres foráneas, pero en nuestras venas corre aún fuerte, como lo ríos en invierno, los genes de los ancestros, tormentosos y orgullosos, como los científicos, labradores y guerreros que fueron.

Pero, ¿sabe?, me repitió muy bajito, lo que más nos une será lo del caluroso trópico, a los que faenan orgullosos en los mares o los indios dignos que aran la tierra como siempre en las frías cordilleras.

Aun aquellos benditos, que vieron la vida más al sur del Darién, esa selva hermana que marca el inicio o el fin del istmo en que vivimos, según usted lo vea.

Pues es el café, me dijo con mirada de convicción, el café se cincela en nuestra alma, desde que se trajo hace siglos a esta tierra, empezó su romance con nosotros, su olor es el que nos levanta en las mañanas, su sabor es lo que nos recuerda a casa, no importa dónde estemos, más de alguno en tierras ajenas, al probar el primer sorbo, regresa a casa, a las calles terrosas, los gritos y las risas y los olores de fritanga, a frijoles fritos, plátanos recién hechos o la mantequilla en nuestro paladar, sin olvidar las sonrisas que nos trae, como fantasmas juguetones en nuestra mente, nuestros queridos, sonriendo sentados en la mesa, degustando la vida y adobado por el olor a café, es el olor del amor que nos recuerda, es el olor a casa y nuestra tierra, es el olor a lo que somos.

Somos hombres y mujeres, dijo riéndose, hechos de maíz, pero en nuestras venas corre el olor del café, desde pequeños es casi lo primero que probamos, casi compitiendo con el calostro de nuestras madres y estoy segura, me dijo, que muchos, al partir de aquí e iniciar la jornada eterna, antes de partir, se tomaron su tacita de café.

Por eso, mi amigo, me dijo seria, aquí le sirvo esta taza de café recién hecho, para que, al tomarlo en la mesa, en paz y como amigos que somos, disfrutemos como todos su sabor y alma y demos gracias al Altísimo por bendecirnos al nacer. Provecho pues, amigo mío y que lo disfrute.

 

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