Que todo exceso esconde una falta, nos dice Jaques Lacan psicoanalista francés. Esto es algo que hemos aprendido a reconocer en los demás y entonces ahí estamos tomando nota de todo esto que vemos.
Por ejemplo, ya sabemos que ese novio o cónyuge que publica hasta siete veces diarias en sus redes sociales profesando su amor eterno a la pareja, en realidad está tratando de ocultar algo que le incomoda o, tratando de convencerse a sí mismo de que aquello es verdad.
Lo mismo que esa madre que se excede en tratar de hacer ver a los demás que es lo mejor que les ha pasado a sus hijos, algo procura esconder, algo que no la hace sentir bien.
Igual es con aquellos que buscan incansablemente la atención de los demás, en sus excesos están intentando compensar carencias.
Porque cuando usted está seguro y tranquilo con su relación de pareja, no siente la necesidad imperiosa de convencer a nadie de lo mismo, porque cuando usted está satisfecho con su labor de padre, no se la vive buscando la aprobación de los demás, sus comentarios de “qué buen papá es usted”.
Y, desde el momento en que hemos aprendido no solo a aceptarnos sino a querernos y cuidarnos, ya no le encontraríamos sentido a buscar afanosamente en los demás, confirmación de que somos alguien bonito y especial.
Ya lo sabemos. Y bueno, esto de los excesos pretendiendo cubrir faltas lo encontramos todo el tiempo en el fanatismo también.
Cuando nos encontremos haciendo de todo para gritarle al mundo que somos esto y lo otro, preguntémonos qué es eso que intentamos esconder, tal vez así logramos identificarlo, podemos trabajar en el asunto de manera callada, superarlo y vivir un poco más tranquilos, sin exponernos tanto.
Así como ponemos atención en las exageraciones de otros, también podríamos ponerla en las propias, lo cual es un poco más difícil cuando nos convertimos en fanáticos, porque como bien dice aquella frase: “la diferencia entre el ciego y el fanático es que el primero sabe que no puede ver”.
Además, debe ser agotador eso de dedicarse a publicar de esta manera tan incesante sobre lo mismo. Nos quita mucho tiempo eso de proclamar a diario que tenemos bonito cuerpo, que poseemos un gran intelecto, que somos los mejores cristianos, que tenemos la mejor relación de pareja del mundo, que viajamos mucho, que somos los mejores hijos, que tenemos el mejor trabajo…en fin.
Y aunque nos cueste creerlo, la gente se cansa también de ver y leer sobre lo mismo, incluso los que no escatiman en sus “likes” en cada publicación recurrente.
Tal vez si comenzamos a dedicar ese mismo tiempo y energía a ser o tener todo eso que en realidad ni somos ni tenemos, podríamos lograr cumplir nuestros deseos sin tener necesidad de convencer al mundo de cosas de las que nosotros mismos no estamos convencidos.