Hace algunos días, el alcalde de San Pedro Sula inició una campaña para rescatar a los menores de edad que se encuentran en situación de vulnerabilidad, especialmente en los semáforos de la ciudad, donde a diario cientos de niños son obligados, por sus familias y las circunstancias, a pedir dinero para su subsistencia.
Esta situación es un reflejo tangible de las profundas desigualdades y carencias sociales que persisten en nuestra sociedad. Las acciones cuentan con el acompañamiento y respaldo de la Fiscalía y de los Juzgados de Menores de la ciudad, lo cual le brinda un sólido elemento de legalidad, sin perjuicio que esa labor tendría que haber sido iniciada precisamente por esas dos instituciones.
En todo caso, lo importante es que ahora se está enfocando de manera integral un grave riesgo para la infancia de nuestra ciudad, por lo que la medida es necesaria, de gran relevancia social y debe ser apoyada para beneficio de nuestro futuro común.
El esfuerzo implica una mejor imagen urbana, pues ya no nos retrata como una ciudad que olvida y desampara a sus niños, sino que la convierte en una que los protege de una serie de peligros que amenazan su bienestar y su futuro.
La importancia de esta labor, sin embargo, radica no solo en el acto de retirarlos de las calles, sino en el reconocimiento de los peligros subyacentes y en la implementación de políticas integrales que permitan ofrecerles alternativas reales y sostenibles.
Es importante entender que los niños en las calles provienen de familias en extrema pobreza, donde el trabajo infantil se vuelve una estrategia desesperada para sobrevivir. En San Pedro Sula, con alta inseguridad y escasas oportunidades, estos menores son especialmente vulnerables. La calle es su medio de subsistencia, pero también los expone a numerosos riesgos físicos y sociales, especialmente la explotación por parte de adultos y grupos delincuenciales.
El entorno vial donde estos niños se desarrollan es extremadamente peligroso. La exposición al tráfico intenso de la ciudad aumenta el riesgo de accidentes e incluso la muerte. Además, el contacto con desconocidos los pone en riesgo de abuso y explotación.
La calle es un entorno donde el peligro es omnipresente, y cada día que un niño pasa en este ambiente es un día en que su integridad física y emocional está en riesgo. A lo anterior se suma el impacto psicológico y social que estas experiencias tienen en los menores.
Crecer en la calle, en lugar de en un hogar o en una escuela, afecta gravemente el desarrollo de los niños. La ausencia de una educación formal limita sus oportunidades futuras, perpetuando un ciclo de pobreza y marginalización que es difícil de romper.
Los niños que mendigan en las calles se ven privados de la posibilidad de construir un futuro mejor, atrapados en una realidad donde sus derechos fundamentales son sistemáticamente violados. La iniciativa para retirar a estos niños de los semáforos es, por lo tanto, un paso en la dirección correcta.
Sin embargo, retirarlos de las calles es solo un primer paso en un proceso más amplio que incluye la provisión de alternativas sostenibles para estos niños y sus familias. Por eso resulta muy esperanzador escuchar, directamente del alcalde, que ya se han previsto esas acciones complementarias que incluyen educación y apoyo para sus familias.
Retornar a esos niños a la escuela es un enorme paso, pues la educación es la herramienta más poderosa para romper el ciclo de pobreza y exclusión en el que están inmersos. Programas de escolarización flexible, que consideren las realidades particulares de estas familias, deben ser implementados.
Asimismo, es necesario asegurar que las escuelas sean espacios seguros y accesibles, donde estos niños puedan desarrollar todo su potencial. Paralelamente las políticas sociales deben enfocarse en la generación de ingresos sostenibles para estas familias, a través de programas de empleo, capacitación y acceso a microcréditos.
Solo atacando la raíz del problema, que es la falta de recursos en los hogares, se puede asegurar que estos niños no regresen a las calles. El alcalde anunció que la Municipalidad también trabajaba en este aspecto.
Retirar a los niños de los semáforos en San Pedro Sula es crucial, pero su éxito depende de abordar las causas de la mendicidad infantil, no solo sus síntomas. Proteger a los menores de los peligros de la calle es el primer paso; sin embargo, la verdadera meta es ofrecerles un futuro con oportunidades que rompa el ciclo de pobreza.
Solo un enfoque integral, con la participación de toda la sociedad, garantizará que ningún niño vuelva a mendigar en nuestras calles y que esta iniciativa del alcalde Roberto Contreras sea replicada en otras ciudades.