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sábado, mayo 4, 2024

¿Que si creo en espíritus?

No sé lo que es un espíritu, siempre he tenido la impresión de que, por tratarse de algo proveniente de la imaginación, cada persona tiene una idea diferente.

Uno de los más famosos de todos es “el espíritu santo”, representado por una paloma, que a su vez es parte de una trilogía imposible de entender -y más difícil aún de creer- excepto para aquellas personas que aceptan propuestas mágicas sin exigir una explicación, dejando de lado la razón y la lógica.

De qué otra manera se puede creer que alguien, siendo su propio padre sea a la vez su propio hijo y -también- un espíritu, algo intangible, invisible e inmaterial, pero capaz de embarazar a una mujer y que ésta engendre a un dios físico, un ser material que continúa siendo dios y parte de esos incomprensibles “tres en uno”.

La respuesta a la pregunta del título es NO, definitivamente no creo en espíritus.

No creo en espíritus, fantasmas, zombis, divinidades, almas ni nada parecido y, consecuentemente, tampoco creo en comunicaciones con el más allá (tampoco creo que exista un más allá, ni siquiera un más allá de allá), definitivamente NO.

Hay cosas raras que le pueden haber sucedido a algunos y que serían fáciles de explicar si no existiera un condicionamiento previo en el cerebro que evita ver con claridad.

Veamos algunas posibilidades sobre lo anterior. En la noche, mejor en la penumbra de la noche (para sonar algo poético) uno puede ver una sombra, escuchar un ruido o inclusive -obedeciendo al miedo natural a lo invisible- imaginarlo todo.

Es fácil entonces que el acumulado que nos han plantado en la mente nuestros propios padres, las personas mayores, sacerdotes, viejas “creyenceras”, novelas, religiones, cine, televisión, etc., más la ignorancia natural, haga que salgamos en carrera y nos asustemos tanto que lo atribuyamos a una aparición del otro mundo.

Empecemos por el principio: ¿existe el otro mundo?

Desde luego que no. Es sólo un invento de aquellos que no pueden concebir que la vida termina al morir, ayudado por todos los que viven del miedo que, naturalmente, eso provoca y del deseo -entendible en la mayoría de los casos- de vivir eternamente.

Miedo proveniente de la ignorancia, utilizado por pillos para adquirir poder sobre la gente y, claro, convertir ese poder en dinero, en una de las ocupaciones que requieren menos inversión y que son más económicamente rentables: la de sacerdote, pastor, imán, rabino o atorrante, todas son lo mismo.

Así como tenemos la tendencia a convertir los OVNI (Objetos Voladores No Identificados, luces o cosas que no podemos explicar fácilmente) en naves interplanetarias con extraterrestres a bordo, sucede lo mismo con alguna cosa que tampoco podamos explicar, una sensación, un escalofrío, un presentimiento y otras cosas parecidas, se convierten en nuestra mente en parte de ese otro mundo imaginario.

No creo en lo sobrenatural, pero sí creo que la mayoría de las iglesias y sus santones no son otra cosa que oportunistas, quienes aprovechan el miedo y la ignorancia, armas principales de su negocio.

Respondo así a quienes me han preguntado sobre el tema.

No, no creo en nada de eso.

Quiero aclarar algo, no soy fanático “del no creer”, estoy abierto a cambiar mi criterio, toda mi manera de pensar, pero no por una pregunta razonable pero incontestable como: “entonces, ¿cómo es que existe todo?”

Que no conozca la respuesta no me hace caer en la tentación de inventar una.

Hasta hace algún tiempo, la comunidad científica observaba la Vía Láctea y creía que era todo lo que existía. Nuevos y más modernos telescopios sirvieron para demostrar que nuestra galaxia es apenas una entre miles de millones, cosa que cualquiera pudo haber deducido en el pasado pero que sólo con el avance de la ciencia se comprobó.

Lo mismo sucedió con el microscopio, fue hasta su invención que se demostró la existencia de todo un universo en miniatura.

La primera persona en verlo fue el holandés

Antoni van Leeuwenhoek

a finales del siglo 17. Con un rudimentario aparato pudo ver animales unicelulares, bacterias, glóbulos rojos y espermatozoides.

Cuando lo anunció, la comunidad científica se mostró escéptica hasta que se asomaron por el pequeño lente y comprobaron, fuera de toda duda, su existencia.

Es en ese punto donde chocan dos mundos irreconciliables, el mundo del “yo creo” con el mundo de la evidencia científica que demuestre, sin lugar a dudas, la verdad de las cosas.

No creo que el Hombre Araña, Superman o Gatúbela sean seres reales, aunque existan en películas o pasquines, no creo en ellos como tampoco en ningún pasaje, personaje o leyenda basada en “libros sagrados”.

No, definitivamente no creo en espíritus.

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