CADA año, miles de migrantes centroamericanos emprenden un viaje lleno de incertidumbre y peligro, impulsados por un sueño que promete una vida mejor en Estados Unidos. La ruta hacia ese destino es una pesadilla marcada por hambre, violencia, explotación y miedo.
A pesar de los riesgos mortales, siguen adelante porque en sus países de origen la pobreza extrema, la inseguridad y la falta de oportunidades les dejan sin alternativas. ¿Por qué arriesgarlo todo? Porque en muchos casos no es solo un deseo de mejorar, sino una necesidad de sobrevivir.
Familias enteras dejan sus hogares al ver que la violencia de pandillas, la corrupción y el desempleo les han arrebatado toda esperanza. Para algunos, la decisión no es entre quedarse o irse, sino entre vivir o morir. A esta crisis humanitaria se suman políticas migratorias cada vez más estrictas.
Durante la administración del presidente Donald Trump, las medidas para detener el flujo de migrantes han sido más extremas que nunca. La separación de familias en la frontera, la cancelación de programas de protección como DACA y la implementación del programa «Remain in Mexico» fueron algunas de las acciones que endurecieron la travesía.
Para los migrantes, esto significó más peligro, más dolor, más desesperanza. Y ahora, en el caso particular de Honduras, la angustiosa espera de la dudosa renovación del Estatus de Protección Temporal (TPS), programa que es válido hasta el próximo 5 de julio y que ha estado en vigor desde el 30 de diciembre de 1998 beneficiando a millares de compatriotas.
Los recientes sucesos en algunas ciudades de Estados Unidos, especialmente en Los Ángeles, han puesto de nuevo el tema en el ojo público. Redadas masivas, violencia contra migrantes y el trato inhumano en centros de detención han levantado voces en protesta. “Si escupen, nosotros golpearemos”, ha dicho, con su peculiar tono desafiante, el gobernante estadounidense.
La pregunta que resuena es clara: ¿dónde queda nuestra humanidad? La indiferencia ante el sufrimiento de quienes solo buscan una vida digna es una herida en la moral de la sociedad. Es imperativo generar una ola de solidaridad mundial.
No basta con indignarnos, debemos actuar. Organizaciones humanitarias, líderes comunitarios y ciudadanos comunes tienen un papel clave en exigir políticas migratorias más justas, en ofrecer ayuda a quienes llegan desamparados y en crear espacios de integración en lugar de rechazo.
La migración es una realidad global y el trato a quienes la viven es un reflejo de la humanidad que queremos construir. La lucha de los migrantes centroamericanos no es solo suya, es de todos. Si miramos con empatía, veremos que la gran mayoría no son invasores ni delincuentes, sino personas con sueños, con familias, con vidas que merecen respeto.
Es momento de transformar el miedo en solidaridad, la indiferencia en acción, y la crueldad en compasión. Porque el verdadero sueño americano solo será posible cuando la dignidad humana sea respetada sin importar fronteras.