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domingo, junio 15, 2025

“Pepe” Mujica: el verdadero revolucionario

Hay tres clases de espectadores alrededor de la figura del recientemente fallecido expresidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica. En primer lugar están los inocentes que lo ven como un artefacto de exhibición moral o un souvenir axiológico.

Luego tenemos la gente de izquierda, para quienes, el arquetipo ideológico del venerable no concuerda con sus fantasías vanguardistas de liberar al mundo. Hay una tercera categoría que se funde con la segunda: la de los corruptos anidados en los gobiernos de izquierdas y derechas, que prefieren hablar de la austeridad del vejete, de su chacra y su desvencijado Volkswagen, como un pretexto para evitar encontrarse cara a cara con los demonios de la ética que les recuerdan constantemente las perversiones cometidas en sus desprestigiadas carreras partidistas.

Ni los inocentes, ni los revolucionarios ni los corruptos entienden la profundidad subversiva de la figura de “Pepe” Mujica, que nada tiene que ver con la rebeldía hormonal de los agitados días en el MLN-T. Su ética está fundada en los límites puestos en los excesos, y por eso no gusta a los hipócritas metidos en la política. Límites al gasto estatal, a los odios y a la malquerencia nacional, al desenfrenado consumismo y límites al monopolio del poder.

Su sencillez fulgurante es una incomodidad para todos, y por ello es mejor convertirlo en una insignia deontológica, que en un portavoz de la conciencia colectiva. La idea medular de Mujica jamás fue entendida por quienes dicen admirarle en cuerpo y alma.

Los intelectuales, incluso, creen estar ante la presencia de una divinización terrenal, un San Jorge que, lanza en ristre, debió acabar con el dragón del capitalismo explotador y las oligarquías nacionales. Pero no fue lo uno ni pretendió lo otro: su proceder fue más cercano al amor de Mandela que al terrorismo de el “Che” Guevara, sin pretensiones internacionalistas ni retóricas destructivas que están muy de moda en ciertos lados bien conocidos.

La sed de venganza se quedó enterrada en las cárceles uruguayas, y desde ahí emergió transfigurada en forma de opción preferencial por la armonía en política y el pragmatismo económico. La gente más inteligente opera desde el opuesto al revanchismo político y la demagogia ideológica. No fue el caso de Mujica.

Su incomprendido proceder revolucionario se diluye armónicamente en la superioridad que ofrece la democracia liberal para que un estadista de bien pueda dejar huella en el mundo. Pero un día, como casi siempre ocurre con los grandes hombres, las generaciones habrán de descubrir la médula aleccionadora de su “contraconducta” revolucionaria, como diría Foucault, que ve en el Estado un medio para propiciar consensos y no un fin de caudillos populistas y demagogos causantes de atraso y miseria.

Sin pretender pecar de utópicos refundacionales, un día esperamos ver su pragmatismo moralizante inundando el alma de la política y la economía para liberarlas de las perversiones en las que ha caído el continente latinoamericano, víctima de caciques ignorantes, comandantes anárquicos, sádicos militares y empresarios aprovechados de los favores del Estado.

El verdadero revolucionario del siglo XXI no es quien promete cambiar el sistema, sino el que se resiste a enajenarse con el poder y el que facilite las cosas por el bien común, sin ruidos, cultos ni odios. Ese fue el caso de José “Pepe” Mujica.

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