27.2 C
Honduras
jueves, abril 18, 2024

Manipulaciones

No hay duda que, si acaso los gobiernos quieren dominar al palpitar de las instituciones que permiten un balance dentro de los señalamientos acerca de sus gestiones, se convierten en un peligro para la sociedad entera viniendo desde el despotismo ilustrado pasando por el absolutismo monárquico. Esto lo vemos por las supuestas denuncias del FONAC, donde manifiestan que el Gobierno quiere desautorizarlos. Pero  esto mejor veámoslo desde el contexto histórico.

Dentro, pues, del hilo conductor que ha asociado siempre en Occidente, desde los griegos y la polis clásica a Roma y la tradición medieval, la idea de democracia con la de gobierno libre o régimen antiautocrático, Montesquieu pertenece a la tradición de una filosofía política pluralista que apuesta por la diversidad e introduce esta diversidad en el objeto mismo de la política. Mientras que las teorías políticas unitarias buscan determinar el principio universal -único, por tanto- que fundamente una sociedad unificada y se interrogan por el buen régimen y por la cuestión de la unidad interna de la sociedad (tal sería el fundamento, con soluciones distintas, pero con igual punto de partida de teorías políticas tan decisivas como las de Platón, Hobbes o Rousseau), las teorías políticas de la pluralidad dan un espacio a lo que podemos llamar indeterminación. Y así, Montesquieu, aun partiendo de un estudio exhaustivo de causas físicas y culturales que condicionan y estructuran el tejido social, rechazará, precisamente porque observa en la realidad histórica la pluralidad de regímenes y de individuos, todo intento de unidad.

Ni existe para él una forma política mejor que las otras en abstracto, ni es conveniente la eliminación del conflicto, síntoma de la pluralidad interna de las sociedades. “Siempre que en un Estado que lleva el nombre de república reine tranquilidad absoluta”, escribe en sus Consideraciones… sobre los romanos, “puede asegurarse que la libertad no existe allí”. Los historiadores que creen que las divisiones internas fueron las que perdieron a Roma no se dan cuenta de “que esas divisiones eran necesarias, que siempre habían existido y existirían en lo sucesivo”.

Pero si no existe el régimen mejor, sí existe el peor, que es el del despotismo. Solo en el despotismo, que es el régimen político gobernado por el temor y la corrupción, no existe posibilidad de expresión de los ciudadanos, y el déspota -sea un hombre, un grupo de ciudadanos o una asamblea- impone por el miedo sus normas; sólo en tal régimen, las divisiones, sólo en tal opresión las divisiones son reales por debajo de la capa de uniformidad, de conformismo social. Esa uniformidad a la que tanto temía el Presidente, pues “a veces se apodera de las grandes inteligencias… pero lo que es seguro es que impresiona infaliblemente a las pequeñas”.

Equilibrio antiautoritario, pues, frente a uniformidad. En un régimen de libertad, las disonancias, la pluralidad de fuerzas sociales, grupos o instituciones, esa pluralidad social es parte esencial para que haya libertad civil y política. No la simple multiplicación de individuos, sino la diversidad de los mismos, organizados en múltiple; “sociedades parciales”. Y precisamente la oposición o conflicto de intereses, de poderes contrapuestos, es la fuente de libertad y seguridad para los individuos. Lo que le importa a Montesquieu es asegurar un sistema de libertad, y ese sistema sólo puede darse para él -prácticamente con independencia de quién ostenta el poder- en un régimen moderado.

 

EditorialManipulaciones
Artículo anterior
Artículo siguiente

Hoy en Deportes