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lunes, mayo 20, 2024

Mamás y cazadoras

En relación con las mujeres, mucho se ha escrito, hecho y dicho, cantado, esculpido o pintado, y en lo excelso de su condición de madres, paridas o por adopción, la inmensidad testimonial de todo tipo, da cuenta de la excepcionalidad de ellas como seres humanos.

Fuero de lo feo que pudiera manifestar cualquier resentido, por cualquier causa, especialmente las decepciones amorosas, lo cierto es que, desde su evolución o creación, según la creencia de cada quien, ellas serán distinguidas siempre, no sólo por su condición de jefas de familia, criadoras y creadoras de hijos, además de lideresas, artistas o científicas, en resumen, en cualquier campo, sin quedarse a la zaga de su par el hombre.

Conforme se investiga y la ciencia lo demuestra, el papel y responsabilidades asumidas por las mujeres, mayoritariamente las madres, desde tiempos remotos han sido ilimitadas y con eso tiene que ver un descubrimiento reciente que, confirma que las mujeres también cazaban, no solo recolectaban como se suponía. Según ese razonamiento antropológico, los hombres eran más agresivos por naturaleza, mientras que el ritmo más lento de la recolección era ideal para las mujeres, que sobre todo se dedicaban a cuidar de los demás.

Durante décadas, historiadores y científicos coincidieron en que la división del trabajo fue la norma en la organización de las primeras sociedades humanas, así, los hombres cazaban y las mujeres cuidaban la “casa” y criaban a los hijos.

Un descubrimiento de expertos de la Universidad de California Davis, divulgado por la revista National Geographic, da al traste con esa creencia y revela una historia diferente tras el hallazgo de una tumba de una cazadora de hace nueve mil años en las montañas de Wilamaya Patjxa, en Los Andes, en Perú, mostró los huesos de una joven de entre 17 y 19 años, enterrada con herramientas de caza mayor, eran los objetos que acompañaron a la persona en la muerte y que le hicieron compañía en vida.

Se trataba de puntas de proyectiles de piedra para abatir animales de gran tamaño, cuchillos para retirar los órganos internos y herramientas para raspar huesos y curtir pieles. También encontraron fragmentos de cráneo, dientes y huesos de las piernas, y un equipo de caza con puntas de proyectil, lascas, raspadores, picadores y piedras para pulir, que nunca habían visto.

El sorprendente descubrimiento, considerado además el yacimiento de cazadores más antiguo de todo el continente americano, llevó a los científicos a preguntarse si la mujer de Wilamaya podía encajar en un patrón más amplio de cazadoras o simplemente conformaba una excepción única a la regla. La participación femenina en la caza mayor no fue trivial.

Las investigaciones revelaron que hace miles de años las mujeres también se involucraron en trabajos o actividades que se suponía solo ejercían los hombres.

Por eso no debiese sorprender que las féminas, en la antigüedad, según lo investigado, no solo se quedaban al cuidado del hogar, sino que también cazaban y proveían la manutención de su familia.

Los investigadores encontraron que 26 individuos se hallaron asociados con herramientas de caza mayor, de los cuales 11 eran mujeres y 15 eran hombres. Está claro que la división sexual del trabajo fue fundamentalmente diferente, probablemente más equitativa, añade el antropólogo, Randy Haas, autor principal del estudio

El análisis estadístico muestra que entre el 30 % y el 50 % de los cazadores de estas poblaciones eran mujeres. Sin embargo, estos niveles de participación en la caza contrastan fuertemente con las conclusiones que se desprenden de los yacimientos de cazadores-recolectores más recientes, e incluso con los de las primeras sociedades agrícolas donde la caza, en la que aprecian bajos niveles de participación femenina, fue una actividad eminentemente de hombres.

Si bien la investigación responde a una vieja pregunta sobre la división sexual del trabajo en las sociedades humanas tempranas, también plantea algunas nuevas. El equipo ahora desea comprender cómo se produjo esta división sexual del trabajo, cuáles fueron sus consecuencias en diferentes momentos y lugares, y cómo cambiaron entre las distintas poblaciones de cazadores-recolectores de las Américas.

Las investigadoras también descubrieron que las mujeres eran más flexibles en sus estrategias de caza a medida que envejecían. Las armas que elegían, las presas que cazaban y quién las acompañaba durante las cacerías cambiaban con la edad y la cantidad de hijos o nietos que tenían las cazadoras.

“Tenían estrategias diferentes, pero seguían saliendo siempre”, aseveró Wall-Scheffler. A menudo, las mujeres de más edad eran las que más participaban (por ejemplo, en una cultura del arco y la flecha, se valoraba a una abuela por tener la mejor puntería).

En general, las mujeres han sido vistas sólo como actores pasivos en la historia y en consecuencia ha habido interpretaciones sesgadas y eso en consecuencia ha influido en las inequidades estructurales actuales.

Así las cosas, a tres días de celebrar unos y conmemorar otros el Día de la Madre, es gratificante conocer todo lo que han hecho las mujeres, especialmente las progenitoras, desde el principio de la historia, no solo para dar a luz sino para iluminar y sostener esas vidas traídas, edificar hogares, fortalecer familias y construir sociedades.

Por eso para ellas, las madres, mi reconocimiento siempre, especialmente para la mía, que a sus 92 seguramente no recuerda, yo sí, la cara que ponía cuando me cazaba con un chilillo de cuero trenzado o armada de una mortal chancleta después de mis travesuras o pillerías; me quedo entonces con el remanso de amor que es su rostro, el mismo al cual el poeta Rafael Coello Ramos describió como: “la más alta expresión del amor y la imagen más clara de Dios”.

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