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martes, mayo 21, 2024

Los ladrones somos gente honrada

Es el nombre de una novela de mi admirado escritor español Enrique Jardiel Poncela y, aunque se trate de una obra de ficción, les puedo garantizar que es perfectamente aplicable a la realidad y a cualquiera de nosotros.

Si usted visita una cárcel se encontrará que el 99.99 % de los prisioneros condenados son inocentes, ninguno aceptará jamás el crimen que le llevó tras las rejas, la culpa siempre viene a ser de su suerte, “las autoridades, los enemigos o errores de la justicia”.

Pero el asunto va mucho más allá.

En las cárceles, en todos los operativos, revisión de celdas y áreas comunes, siempre encuentran armas, drogas, dinero en efectivo, celulares, etc.

Nadie, ninguno de los presentes aceptará que son de su propiedad, así como tampoco los guardas de seguridad, los encargados de revisar todo lo que entra y sale de las prisiones, nunca ellos saben ni tienen idea de cómo todo ese material ilegal fue introducido… precisamente por los puntos bajo su vigilancia y responsabilidad.

Tampoco los jefes de las cárceles tienen idea de lo que pasa en las instituciones a su cargo, ellos no saben cómo es que esos arsenales aparecen todo el tiempo ahí.

Los decomisan, dejan todo limpio hasta la siguiente inspección, donde encuentran lo mismo, una y otra vez.

En México, hace algunos años, fue detenido el máximo jefe de una enorme banda de narcotraficantes, cómplice de los capos del cártel de Sinaloa y del mismísimo “Chapo” Guzmán.

Se trata de Genaro García Luna, quien ejercía el altísimo cargo de Secretario de Seguridad Pública de 2006 a 2012 y que fue condenado por una corte norteamericana en 2019.

Aquí, en nuestro patio, tenemos casos muy parecidos que van desde un expresidente de la República a diputados, alcaldes, un ex ministro de Seguridad y muchos otros que, al enfrentar a los jueces, dicen que más bien son víctimas de conspiraciones mientras entornan los ojos con una mirada de absoluta inocencia.

Cuando se les pregunta que de dónde salieron todas las propiedades a su nombre, así como el efectivo de múltiples cuentas bancarias, autos de lujo, etc., de familiares que antes no tenían nada o testaferros profesionales, también declaran que todo proviene de ahorros por el arduo trabajo realizado durante muchos años.

Cuando se produce un accidente de tránsito, digamos un choque entre dos automóviles, ninguno de los conductores jamás aceptará la culpa, los dos son inocentes, pobrecitos.

Si se trata de un autobús de pasajeros que se estrella o cae a un barranco, siempre, absolutamente siempre, se le “soplaron” los frenos o es culpa de otra falla mecánica, del estado de la carretera y hasta de su mala suerte, pero jamás nadie aceptará la responsabilidad. Rastras y camiones incluidos, todos fallan, nunca es culpa del conductor.

Creo que todo empieza en nuestra infancia, cuando de niños quebramos un adorno o algo parecido, siempre echamos la culpa al viento, a otros o, la favorita de muchos: yo no sé.

Los padres tienen un instinto natural que les permite leer la verdad en los ojos de sus hijos y hasta en el tono de la voz… pero todos somos inocentes.

También el público puede detectar con alguna facilidad quiénes de los funcionarios dicen la verdad y cuáles mienten (generalmente todos mienten, que conste).

El país está en quiebra, las instituciones no funcionan, no hay material para imprimir licencias de conducir o placas para los autos, los pasaportes contienen información equivocada y hasta errores de ortografía… pero nadie tiene la culpa. No hay responsables por la falta de medicinas en los hospitales, las que se arruinan por descuido ni tampoco por el abandono de las instalaciones o por las compras equivocadas o a sobreprecio… “a mí que me registren”.

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