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sábado, abril 20, 2024

Lo nauseabundo de las bajas pasiones

De la misma manera, a la misma velocidad con que nuestras autoridades pacientemente esperan que nuestro litoral colindante con Guatemala sea tierra arrasada por las toneladas de desechos que nos arrojan a través de las aguas del río Motagua, así, con la misma parsimonia donde se avizora que apenas están queriendo reaccionar, seguimos enlutados por los asesinatos de mujeres en nuestro país sin que los grupos que se denominan “defensores de género” o las oenegés que están allí para vigilar y ver que se logren investigar, judicializar y castigar a los culpables de esos hechos.

Mientras usted lee el presente, según las estadísticas, es altamente probable que una mujer o niña esté siendo sometida a vejámenes e incluso asesinada. ¿qué está sucediendo en la mente de estos hondureños? ¿Por qué están asesinando a personas débiles e indefensas de la manera más cobarde? ¿Qué sucede con nuestras autoridades que vuelven a ver hacia otro lado silbando? Simple y sencillamente nos atrevemos a decir que a nadie le importa y –Dios no lo permita- cuando la desgracia llega a la casa propia es allí en ese momento cuando no encontramos auxilio ni refugio.

Existe algo que las autoridades y la sociedad en general no cree, que cuando esos casos van quedando impunes, existen personas que tendrán en su corazón anidado el deseo de venganza y habrá gente que se quiera cobrar justicia con su propia mano ante la indiferencia de quienes están obligados a atender y corregir ese flagelo. Cuando ese fenómeno se da es el principio del final la anarquía a causa de la inoperancia y la indolencia, en especial del Congreso Nacional para legislar con penas realmente severas a los criminales. Los diputados están más enfrascados en lucirse peleando por el poder para el tener y el placer. Están desencuadrados y desenfocados de lo que a los hondureños nos interesa, atendiendo las estupideces del que traga más pinol.

Realmente estamos en franco peligro en Honduras, se ve claramente, que la justicia por mano propia suele ser fruto de la rabia acumulada ante la inexistencia regional o local o nacional del Estado de Derecho, pero esto, que no los justifica de modo alguno, nos explica la metamorfosis de la comunidad afectada, que al cabo de unas horas o de unos minutos se convierte en “horda linchadora”, que hace de la tortura y el asesinato sus instrumentos de reivindicación. Si a la ola delincuencial la protege la debilidad del aparato judicial, es igualmente perversa la idea de la justicia por propia mano. ¿Qué quiere decir esto?, ¿que en vista de las fallas inmensas del poder judicial y de los cuerpos de seguridad pública, es hora de la autonomía jurídica de las comunidades y de quienes aleguen su representación?, ¿hay que santificar los usos y costumbres correspondientes a la aplicación directa de la justicia?, ¿que el delito autoriza a un grupo a convertirse en turba exterminadora? Gran parte del problema radica en la furia imitativa. Estos vecinos transforman su vida legítima en posesión instantánea de la ley. Matan porque odian la impunidad de violadores, ladrones y asesinos, pero, sobre todo, por el poderío catártico que les confiere lanzar penas de muerte. Invierten una tradición mortífera. Toman en sus manos la ley fuga o cualquiera de las prerrogativas de las guardias blancas o de los agentes judiciales que victiman durante los interrogatorios, o se dejan llevar por las sensaciones de plenitud del exterminio que a nadie le rinde cuentas.

El presente Gobierno debe actuar ¡pero para ayer!, ¡se sigue asesinando impunemente a las mujeres hondureñas!

EditorialLo nauseabundo de las bajas pasiones

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