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viernes, abril 26, 2024

La estrategia Bukele contra las maras

Un marero no nace, se hace, por lo tanto, las raíces de su comportamiento hay que encontrarlas allí mismo, en todos esos factores que “lo hicieron” un pandillero.

La estrategia de garrotazo limpio del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, por muy agradable y satisfactoria que sea para la gente no es la solución al problema.

Debo confesar que soy uno de esos a los que le parece tan justo lo que les está pasando a los pandilleros en El Salvador, que me da hasta cierto grado de pena y de vergüenza admitirlo.

Me parece justo porque ha sido tanta la maldad, la bestialidad de los mareros con la población inocente, que siento, sin razonarlo (emotividad pura) que está bien merecido el sistema de terror que el régimen ha implementado contra ellos. Incluso se me antoja pensar que, para todo el dolor, zozobra, angustia que han causado a tanta gente, es hasta muy poco lo que les está pasando.

Y me da pena porque, siendo abogado, habiendo estudiado todo lo que a la humanidad le ha costado para que se respeten los derechos de las personas procesadas por un delito, me resulta contradictorio que me parezca bien que un estado de excepción se extienda tanto, que haya capturas sin mandato judicial, que se alarguen excesivamente los plazos, que con el mínimo esfuerzo probatorio se condene a alguien y que las condiciones en las cárceles sean aterradoras.

Las investigaciones científicas de las causas de delincuencia juvenil en la región se cuentan por montones y sus conclusiones son unívocas: son hijos de madres solteras, con vicios, sin trabajo; hijos de padres alcohólicos o drogadictos; abusadores o ausentes. Viven en situación de marginalidad, condiciones paupérrimas en la vivienda, sin servicios básicos, posibilidades de estudio nulas, inexistente acceso a organizaciones para el desarrollo de la infancia y la adolescencia, sin oportunidades en ningún sentid,; violencia, abandono y, por último, la pandilla que los acoge, los protege, los hace uno de los suyos, les da sentido de pertenencia y les proporciona, por primera vez, objetivos a sus vidas.

También están los casos de coacción para ingresar al grupo criminal sin opción a negarse. Y por supuesto, sin duda, no podemos ocultar que hay jóvenes a los que la vida delictiva los atrae sea por admiración, inducción o la seducción de lo que ven en la televisión, el cine, el celular, etc.

A todo lo anterior hay que agregar la facilidad de conseguir armas y la normalización de la venta de drogas.

Todo esto no lo digo yo, lo dice el pastor misionero español Mario Fumero en su libro “Diamantes entre el lodo”, quien administra el Proyecto Victoria desde hace años, donde se rehabilita a pandilleros.

El título se refiere a que todos esos muchachos, en su inmensa mayoría varones, son diamantes que cayeron en el lodo, y concluye que si la sociedad se organizara los sacaría del fango y les haría recobrar todo su hermoso brillo. Ese libro es escalofriante. Trae a los ojos de uno la espantosa realidad que muchas veces no alcanzamos a ver: el vía crucis que transita un niño hasta llegar a la adolescencia y convertirse en delincuente.

Es desgarrador leer en cada página el esfuerzo que se hace en el Proyecto Victoria para rehabilitar a esas pequeñas criaturas, de las cuales muchos no llegan ni a los 18 años, pero ya han cometido todo tipo de delitos. Sus mentes ya están destruidas. Muchos de ellos no logran resocializarse.

Mi conclusión es la siguiente: de nada sirve el combate que con tanta contundencia (y para agrado de salvadoreños y extranjeros que se derriten por Nayib Bukele) se lleva a cabo contra los antisociales en el país vecino, si no se modifican y eliminan cada uno de esos factores que “hacen” a un marero. Si sigue igual, entonces el estado de excepción y los arrestos arbitrarios, selectivos, la persecución y el terror serán eternos en El Salvador y acá en Honduras también. El eterno retorno de un círculo vicioso.

Carlos Alvarenga
Abogado y MAE

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