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jueves, marzo 28, 2024

Hispanización de nombres y apellidos en Nueva España

Hace unas noches, una persona me preguntó: ¿Y usted tiene idea del por qué no hemos conservado nuestros apellidos prehispánicos? Mi respuesta fue poco ilustrada y menos informada, y eso me motivó a investigar más sobre este asunto, que de hecho resulta atractivo para cualquier persona interesada en saber sobre el origen sus apellidos prehispánicos y el motivo de su casi total ausencia.

En el artículo de hoy vamos a ver cómo se fueron perdiendo los nombres y apellidos originarios mayas y nahuas debido a la conquista y la posterior hispanización del Nuevo Mundo.

Para comenzar, uno de los eventos más importantes en la cultura maya era la asignación de nombre a los recién nacidos. Lo primero que se hacía era llevar al menor al chamán para que este, después de conocer la fecha de nacimiento, y de acuerdo con la posición de los astros, determinara el momento oportuno para nombrar al menor (paal kaba = nombre de pila), y su horóscopo correspondiente.

Invariablemente, el paal kaba tenía sus normas: cuando se trataba de varones, se utilizaba el prefijo Ah; y para las niñas, Ix. A estos prefijos se le agregaban nombres de mamíferos, reptiles o aves, por ejemplo: Ah Balam (niño jaguar) e Ix Cuat (niña serpiente).

A partir de la “ceremonia de la pubertad”, al nombre del niño o niña se le sumaba el apellido de su padre, es decir, si el padre se apellidaba Chel, pasarían a llamarse Ah Balam Chel O o Ix Cuat Chel, respectivamente.

Al contraer nupcias o matrimonio, tanto el hombre como la mujer modificaban por segunda vez su nombre, dando paso al naal kaba. Éste sustituía al prefijo inicial (Ah o Ix) con el prefijo Na, más el apellido de la madre, seguido por el del padre. Así, si la mamá de Ah Balam Chel o Ix Cuat Chel se apellidaba Chan. Los nuevos nombres serían Na Balam Chan Chel o Na Cuat Chan Chel.

De igual forma, los nahuas, que tienen la lengua común náhuatl (tribus del centro de México y Mesoamérica, incluidos los mexicas), recurrían a la partera y al adivino (tonalpouhque), para filiar a sus hijos, y todo se ajustaba al tonalpahuali (calendario), desde el nacimiento.

El rito iniciaba al amanecer del día sugerido por el tonalpouhque, se juntaban los familiares, el adivino y la partera. La partera tomaba al niño y lo bañaba; si era varón lo ofrecía al Sol, a la vez que le informaba de su origen en el noveno cielo, y que debía su existencia a dos divinidades: a Tloque Nahuaque (aquel en quien están todas las cosas), y a Quetzalcóatl (en la Tierra). A la criatura, se le daba a probar el agua, primero en la boca, anunciándole que era la vida, el crecimiento y el movimiento. Luego, se le untaba agua en el pecho; si era varón le decía: he aquí el agua azul clara, el agua amarilla, la que baña y limpia el corazón; pero si era niña, se decía que el agua era el crecimiento y el reverdecer del corazón y del hígado. Por último, a los menores se les mojaba la cabeza, definiendo al líquido como el mantenimiento, el alimento, la frescura y el verdor (códice florentino).  Al terminar el acto, lavaban y limpiaban al niño o niña, según fuera el caso, de las impurezas que había adquirido durante su formación. En la misma ceremonia, la partera alzaba al bebé al cielo: si era niña lo hacía tres veces, pidiendo a las deidades que le insuflaran su aliento; si era varón, se ofrecía una cuarta vez al Sol y a la Tierra, entregándolo en propiedad y dándole un nombre de guerrero.

En la actualidad sobreviven algunos nombres y apellidos (patronímicos), de la nobleza nahua mexica, en México, entre los cuales tenemos: Panecatl, Atepanecatl, Ayapantecatl, Calmecahua, Chichimecatecuhtli, Cihuacoatl, Couatecatl, Tecamecatl, Nezahualcoyotl y Moctezuma.

La hispanización de Nueva España se basó en las Leyes de Burgos de 1512, promulgadas por Fernando el Católico, cuyo objetivo fue el de evangelizar y castellanizar las nuevas tierras para cambiar los hábitos sociales, lingüísticos y religiosos, y lógicamente, los nombres y apellidos de sus habitantes.

En 1520 DC, con la caída de México Tenochtitlán, se empezó a “castellanizar” todo por medio de la religión del nuevo imperio, la cual impuso, poco a poco, su lengua como oficial, por lo que la lengua de los perdedores pasó a ser censura, denostada y ridiculizada; resultaba “inculta y carente de valor”. Todo debía ser hispano.

En un principio se respetó el náhuatl por ser lengua franca del área. De hecho, muchos misioneros aprendieron primero náhuatl para evangelizar a los autóctonos. El rey Felipe II, en el año 1570, decretó que esta lengua debía convertirse en el idioma de los indios de Nueva España, con la finalidad de hacer más efectiva la comunicación entre los nativos con la colonia peninsular. Sin embargo, en 1696, Carlos II estableció que el español sería el único idioma que podía y debía ser empleado en el gobierno del virreinato y los asuntos oficiales. Desde ese momento se empezó a utilizar el santoral para poner nombres, tomando prestados los apellidos castellanos de conquistadores o padrinos, para asignarlos a nativos y mestizos. Y es así como se fueron perdiendo los nombres y los apellidos autóctonos de nuestros ascendientes originarios.

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