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jueves, septiembre 12, 2024

Hablar sale caro

Al tenor de los dimes y diretes recientes, aseveraciones antes y negaciones, retrocesos o reculaciones después de los implicados en nuestra turbia y escandalosa cotidianidad, recordé una máxima de la experiencia, por demás sabia, pero de dudosa procedencia pues la atribuyen a muchos autores, incluso a gente que no escribió ni siquiera un poco o nunca dijo nada.

Dicha cita establece lapidariamente que “es mejor ser dueño del silencio que esclavo de las palabras”. He tratado de hacerla regla de vida, pero como libre pensador que opina de todo algo o algo de todo reconozco que he fallado.

En ese afán, un interesante artículo de origen incierto y fecha indeterminada da cuenta que muchas veces la locuacidad (charlatanería o palabrería), es decir, hablar de más, casi siempre diciendo poco o nada, resulta oneroso o caro, y de tal premisa o razonamiento abundan los ejemplos.

A sus 83 años, el exprimer ministro de Japón, Yoshiro Mori, con una dilatada carrera política, renunciaba a su puesto en el comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio. El exmandatario nipón no había incurrido en ningún escándalo financiero o sexual. La razón de su marcha fue la avalancha de reacciones por unos breves comentarios a los que él no dio ninguna importancia.

“Si se aumentase el número de mujeres en las reuniones, habría que incrementar el tiempo para los turnos de palabra”, dijo. Mori completó la idea aludiendo a la rivalidad de las féminas en estos foros. La broma le salió cara. En las redes sociales incendiaron su incuestionada trayectoria, y de nada sirvieron las disculpas. Tuvo que dimitir.

Otro ejemplo se produjo en el prestigioso New York Times que despidió a Donald McNeil, un reportero con más de 45 años de experiencia, por emplear la palabra “nigger” –considerada extremadamente ofensiva para los afroamericanos– durante una charla con universitarios y hacerlo sin intención de ofender.

Se añade, el exjefe del Mundial de Fórmula 1, Bernie Ecclestone, reprobado tras perder su condición de presidente honorífico del campeonato por señalar que en ocasiones las personas negras “son más racistas que los blancos”.

También el CEO y fundador de CrossFit, Greg Glassman, tuiteaba la frase «it’s FLOYD-19» para responder a la idea de que el racismo era un problema de salud pública. La respuesta de Glassman, combinando el nombre del coronavirus con el del fallecido George Floyd, víctima de la violencia policial en Estados Unidos, hizo estallar la cólera de los internautas, y acabó provocando que marcas como Reebok decidieran retirarle sus contratos de patrocinio.

La lista continúa con la firma Ralph Lauren que dejó de patrocinar al golfista Justin Thomas, entonces número 3 del ranking mundial, por insultarse a sí mismo diciendo entre dientes la expresión “fagot” –que podría traducirse como maricón– tras fallar un golpe. El insulto fue captado por los micrófonos y el deportista de élite tuvo que disculparse.

Por supuesto, no son los únicos casos en los que sólidas carreras se desvanecen tras unas palabras a destiempo, o de más, seguramente por eso es que la sabiduría campirana en sus adagios establece: “En boca cerrada no entra mosca” y “Calladito se ve más bonito”.

El número de personajes cuya estrella ha dejado de brillar tras unas palabras que alguien considera imperdonables no deja de crecer. Basta asomarse a las redes sociales para leer reacciones de indignación que sí logran encender la ira colectiva que hace arder a los aludidos en el cazabrujismo.

Estas experiencias de “meteduras de patas” concitan la atención de muchos porque se trata de gente reconocida o famosa, pero más trascendentales o importantes son las “metidas de las de andar” de los servidores públicos que prometen cumplir la ley y la violan, afirman que combatirán la corrupción, y en su lugar, se corrompen, hablan de luchar contra la impunidad y la injusticia y pocas horas después, acobardados, se callan y dejan una nebulosa de duda, sospecha e incertidumbre del porqué no cumplen lo que prometen.

Tiene sus bemoles o connotaciones eso de que hablar sale caro, porque en la criminalidad eso de ser locuaz puede acarrearle la muerte o acabar con la vida del hablantín lo cual resulta en pérdida total, pero en materia jurídica o legal hablar puede resultar ganancioso para quien dentro del delito se convierte en testigo protegido y al romper su silencio ayuda a acabar con estructuras delictivas o del crimen organizado, sobre todo las estructuras de antes y ahora en la administración pública. De ahí la importancia de aprobar la Ley de Colaboración Eficaz.

En la situación de los gestores públicos, en especial los que dirigen el estamento, deben tener cautela más que mostrarse dicharacheros y parlanchines al responder a todo tipo de ataques, chismes y campañas orquestadas para hacer daño con aviesos propósitos, pues en el propósito de dar respuestas inmediatas, pero insatisfactorias, se hunden más o patinan en el fango del descrédito.

Ante eso, los expertos sugieren practicar la prudencia, la mesura y esperar un poco para dar respuestas satisfactorias y definitivas que limpien y borren la mácula y lodo lanzado sobre honras, vidas y reputaciones.

No parece improbable eso, creo que es posible, especialmente cuando ello concierne a las aspiraciones y esperanzas de la gente a quienes se deben los servidores públicos, creyentes o no en Dios y en la bondad que permite hacer el bien al prójimo, aunque no ignoro que hay gente capaz de engañar a los demás, pero también se engañan a sí mismos.

Quizás sea caro entonces esperar mucho de esa gente, después de todo en la naturaleza humana casi nadie hace eso, supone el exespía “John Le Carré”, seudónimo del escritor inglés David John Moore Cornwell quien sostiene: “No se puede ser tan bueno, la naturaleza humana no es así. Nadie es tan bueno”.

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