Buena parte de Honduras está de vacaciones gracias a una extensa pausa “morazánica”. Una semana completa de asuetos, producto de la acumulación de varios feriados, esperada con ansias por muchos, pero cargada de un enigma: ¿Cuál es el origen de estos días de descanso?
¿Acaso alguien se detiene a preguntarlo? Así, se abre una ventana de reflexión sobre el valor que damos a nuestro tiempo libre. A primera vista, parece un regalo: siete días de ocio.
Pero, como advirtió Séneca, “el ocio sin la literatura es la muerte y la sepultura del hombre vivo”. Estos feriados deberían ser momentos de conmemoración, pero la memoria colectiva se desvanece con cada generación.
Lo que antes eran celebraciones conscientes de eventos históricos o religiosos se ha convertido en excusas para escapar de la rutina. Es irónico ver las calles de nuestras ciudades vacías mientras las playas y centros turísticos se llenan.
El aparato productivo se detiene bajo el pretexto de fomentar el turismo, pero lo que realmente queda paralizado es el impulso de construir, de crear sentido en medio de la pausa.
El olvido del origen de estos feriados es un síntoma más de una desconexión profunda que va más allá de las fechas en el calendario. En el fondo, refleja nuestra falta de intención con el ocio.
Lo convertimos en un acto pasivo, en el cual el descanso físico se equipará al apagón mental. Y ahí es donde la advertencia de Séneca cobra vida: el ocio sin propósito intelectual no es más que una muerte en vida, una sepultura vacía para un ser que ha dejado de crecer, de aprender, de cuestionar, de aumentar su conocimiento.
No siempre fue así. Antiguamente entendían el ocio de manera diferente. El “otium” romano era un tiempo para la reflexión, la filosofía y la literatura.
Cicerón se retiraba a sus libros y debates cuando la política lo permitía, hallando en la contemplación y el diálogo una forma elevada de recreo. El descanso no era un fin, sino un medio para enriquecer la vida intelectual, lo que inspiró la frase “Satius est otiosum esse quam nihil agere”, que significa “Es mejor estar ocioso que no hacer nada”.
Hoy, en contraste, hemos sustituido la literatura por el contenido instantáneo y el diálogo filosófico por maratones de series. Las redes sociales y las plataformas de entretenimiento, disponibles las 24 horas, están diseñadas para ocupar cada minuto de nuestro tiempo “libre”.
En lugar de descansar el cuerpo y revitalizar la mente, nos sumergimos en un letargo de distracciones que nos deja más agotados que antes. Vivimos en un mundo hechizado por la exuberancia de lo superficial. La cultura digital ha saturado nuestro ocio de opciones que prometen entretenimiento sin fin, pero pocas veces nos ofrecen profundidad.
Theodore Zeldin, en su crónica sobre el diálogo, habla del hombre sabio de los tiempos antiguos, que encontraba en la conversación y en la reflexión el aceite que mantenía la mente ágil. En contraste, nuestro tiempo libre parece diseñado para adormecer nuestras facultades críticas, no para agudizarlas.
Este feriado es un reflejo de esa exuberancia: un largo periodo de descanso que, paradójicamente, corre el riesgo de dejarnos más vacíos que cuando comenzó. Nos aferramos a la promesa de la desconexión, pero quizás hemos olvidado lo que significa conectarse verdaderamente: con uno mismo, con los demás, con la cultura.
La solución no está en renunciar al entretenimiento, ni en satanizar las vacaciones. Al contrario, el descanso es vital, y todos merecemos disfrutar de días de reposo y recuperación. Pero lo que plantea Séneca —y lo que olvidamos tan fácilmente— es que el ocio tiene un propósito mayor.
No es solo una interrupción del trabajo, sino una oportunidad para el crecimiento personal. En lugar de ver el feriado como un periodo para escapar de nuestras vidas, podríamos verlo como un espacio para redescubrir lo que realmente nos alimenta como seres humanos.
Quizás este amontonamiento de feriados, de los que nadie recuerda su origen, puede convertirse en una ocasión para recordar. No solo el origen de cada uno, sino también la razón por la cual necesitamos el ocio. Y, tal vez, podamos aprovechar ese tiempo para hacer algo más que descansar: leer un buen libro, mantener una conversación significativa, contemplar nuestras propias ideas y creencias.
El ocio con propósito es lo que realmente nos da vida. Tal como afirmaba Séneca, sin la literatura y el cultivo de nuestra mente, el tiempo libre se convierte en una tumba prematura, una muerte lenta de nuestra humanidad. Sin embargo, cuando el ocio se aprovecha para la reflexión, el arte o la conexión genuina con nuestros seres queridos, deja de ser un vacío y se transforma en una oportunidad para crecer y renacer.