MIREN –expresaba un analista de una de las respetadas cadenas noticiosas– las campañas operan en diferentes niveles”. Y sugiere que uno de ellos “es el nivel de los problemas” que incide en el ánimo del electorado. Por un lado, el enfoque es uno que pareciera nutrirse del pesimismo de los muchos que sienten que el estado actual de las cosas no le es favorable. “Pero también hay campañas que operan en un plano de valores”. Esta es la otra mitad. Valores fundacionales de la nación, como ejemplo, la democracia, y quiénes la defienden frente a los peligros que la asechan. La lucha se plantea “como una batalla entre el cinismo y la esperanza”, el pasado y el mañana, lo de atrás y lo mejor que está por venir, entre lo lúgubre y la felicidad. “El objetivo de los cínicos es dividirnos y apelar a nuestros peores instintos mientras el objetivo del optimista es inspirarnos a la esperanza”. Justo al comienzo de su discurso uno de los oradores exclamaba: “hay algo maravillosamente mágico en el aire; es el poder contagioso de la esperanza”. “Entonces –prosigue el comentarista– lo que están tratando de hacer en sus discursos es establecer un contrapunto a este desarrollo implacablemente negativo”. “Y la reacción al desafío planteado por esa campaña positiva de alegría, ha sido bajar a un negativismo más áspero, recurriendo al sentido de la división y del miedo”. Frente a ese sombrío panorama la respuesta es: “somos mejores que esto”. “Piensa en los valores con los que creciste, lo que enseñas a tus hijos, lo que quieres que tus hijos respeten; todo aquello de lo que nos beneficiamos de nuestros padres”. “¿Deberíamos querer eso en nuestros líderes? ¿Deberíamos esperar eso de nuestro gobierno?”. “Creo que es un mensaje muy poderoso; lo he visto en acción, lo he visto mover un país, y creo que puede mover un país de nuevo”. Esta ha sido la línea que, con distintas palabras, enfoques, estilos y tonalidades, se percibe en casi todos los discursos. La frase más escuchada en boca de distintos oradores ha sido “gracias por devolvernos la alegría”. La otra campaña sostiene que “su candidato refleja el estado de ánimo sombrío del país y descarta la idea de que un contraste creciente en el tono y una actitud optimista decidirán la presidencia”. “Dos tercios de los estadounidenses – según una encuesta– dijeron sentirse muy o algo pesimistas sobre el estado de la política”. Según esa óptica “a la gente no le importa los «controles de vibraciones»; eso no hace que la gasolina, la comida o la vivienda sean más baratas”. “El otro lado apuesta a un diálogo de convencimiento sobre lo que puede ser bueno». “La idea de cuidar a nuestro vecino, la amabilidad, la virtud de la afabilidad, de la mano que se tiende cuando alguien la necesita”. “Despertar la sensación que cuando las personas pasan por malos momentos, no es cuestión de burlarse de nadie o de insultar; lo que añoran es encontrar una mano extendida que los ayude a salir de sus apuros”. (Es que –tercia el Sisimite– muchos consideran que la política es asquerosa. Y que la única forma de aventajar es enlodarse en ella, pero embarrar a los demás, para salir a flote. -Sí – interviene Winston– no hay duda que, el comportamiento nocivo de muchos políticos, ha hecho de la política una mala palabra. Sin embargo, ¿quién dice que la gente también no esté hastiada de tanto negativismo? ¿Que no haya espacio para otra narrativa? Me refiero a la práctica de la política correcta. Como escuchamos decir de otro orador: “Aquellas cosas de las que nos enorgullecemos, se lograron “con idealismo y coraje a través de la organización, la persuasión, la narración de historias y sí, de la política”. Pero del tipo de política que “puede convertir un sueño imposible en una realidad cotidiana”. “No sabría decir cómo luce la mesa donde sus familias se sientan a comer en sus hogares, pero las facturas que pagas en esa mesa, la forma de la familia que se sienta allí, los miedos y los sueños de los que hablas hasta altas horas de la noche, todo eso nos obliga a exigir más que nuestra política sea repetición de una lucha libre a muerte que ves por la televisión”. La libertad de elegir nos da a nosotros la decisión de elegir “una política mejor, una política que nos llame a ser mejores personas y nos ofrezca un día mejor”).