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viernes, abril 19, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Los mediocridad vino para quedarse

La mediocridad es una plaga endémica como el COVID. Donde quiera que vayamos siempre nos encontraremos con personas mediocres. Los tenemos ocupando puestos claves en la empresa privada, en el gobierno, en las universidades o coordinando un partido político. Ya sea presentando noticias, impartiendo clases o decidiendo las inversiones financieras de un “holding”, el mediocre siempre hace gala de su incompetencia, borrando del espacio vital a los más capaces e inteligentes. De esta manera, las organizaciones suelen contratar personas que no tienen las capacidades para desenvolverse en un puesto determinado, a pesar de contar con un diploma universitario. En suma: cada organización, cada institución del Estado, cuenta en sus filas con un ejército de mediocres que no generan ningún valor.

Nuestro mediocre, sin embargo, no se percata de su insuficiencia ni de la imperfección con que hace las cosas; de hecho, casi siempre cree que es el mejor en su campo mientras siga cumpliendo con las asignaciones que le han encomendado. No es de extrañar que lo encontremos decidiendo los destinos de aquellos a los que considera inferiores por solo el hecho de ocupar un puesto en la parte superior del organigrama. Si el mediocre descubre a un talentoso que se sale de los parámetros institucionales, no duda en descalificarle o apartarle, si eso fuese posible. Como todos saben, el talento y la creatividad son sinónimos de rompimiento de las normas en el buen sentido de la intención. Para el mediocre, la rigidez de las reglas y la ortodoxia institucional son los lugares más seguros donde guarecerse de la alteración que crea incertidumbre en él. Por eso se asocia en cofradías compuestas solo de mediocres: “Dios los cría”, bien dicen.

El libro de Lawrence Peter titulado “El principio de Peter” es la obra que mejor plasma la tragedia de nuestro siglo que es la mediocridad oficial. Afirma Peter que cada individuo muestra un tope de incompetencia para cada nivel donde nos toca desenvolvernos. Cuando nos colocan en un puesto estratégico, no todos tenemos la capacidad de responder con las mismas habilidades que mostramos en un nivel más bajo. De hecho, un buen vendedor no necesariamente será un buen gerente de ventas. Si eso llegara a suceder, habremos perdido a ese buen vendedor, mientras ganamos un mal gerente.

En nuestra sociedad no es extraño ver que un mediocre, es decir, aquel taimado gerente, compañero de oficina, colega profesional, empresario o político de oficio, llegue a la cúspide de una organización, merced a su habilidad –esa sí que la tiene-, de trepar por los resquicios de la organización sin ser excepcional, y de congraciarse con el poder para ser llevado a los escalafones destinados a los más dotados, quienes, por desgracia, no manejan el arte del alpinismo institucional. Las buenas gentes creen que los trepadores son los más audaces e inteligentes, dignos de imitar.

Un problema de la meritocracia –y de la burocracia, como bien lo planteó Max Weber-, es que los títulos y diplomas representan la única forma legalmente aceptada para garantizar el acceso a los puestos de alto nivel. Pero, un cartón no garantiza el desempeño de excelencia si no se cuentan con los “skills” necesarios que solo la naturaleza nos concede. En nuestro mediocre, ni la academia ni la genética pueden llenar el pozo de la creatividad y la innovación. El resultado es un profesional ostentando una cartulina en la que se incrusta una escarapela que se amarillenta con el paso del tiempo, al igual que su memoria y sus escasísimas competencias: “En todo lo que ofrece grados –decía José Ingenieros-, hay mediocridad”.

Pues bien: parece que estamos condenados a soportar de por vida a los mediocres, y sufrir en carne propia la dictadura de la medianía contra la que no parece haber antídoto. Los mediocres han inundado nuestro entorno; deciden nuestras vidas; rigen los destinos de la sociedad y han llegado para quedarse.

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)
[email protected]

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