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viernes, abril 26, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Los autoritarismos vuelven de moda

Los gobiernos autoritarios marcan tendencia en la moda política de América Latina, pero esta vez, como Matrix, aparecen bastante recargados. Las ansias por controlar las instituciones y las voluntades de los ciudadanos se han vuelto más intensas que en el pasado, y la tentación de saltarse la valla democrática hacia el patio de las dictaduras es una predisposición cada vez creciente en la región. ¿La justificación? El desorden político y el fracaso del poder tradicional de la derecha latinoamericana.

El poder tradicional de derechas de América Latina presenta dos caras en una misma moneda política: el lado invisible o el “núcleo del poder” como le llama Norberto Bobbio a los grupos dominantes que influyen directa o indirectamente en las decisiones de los partidos mayoritarios. La parte visible la integra la élite de esos partidos, es decir, los militantes VIP que han optado por hacer de la política, carrera y “modus vivendi” moviéndose entre un puesto directivo y otro. Esta manía no es tan nueva, desde luego; se trata de la costumbre muy antigua en la política latinoamericana, y la inventó el PRI en México que gobernó durante más de 70 años valiéndose de controles férreos sobre las instituciones, la compra de voluntades entre la oposición, y, por supuesto, a través de la maléfica práctica de los chanchullos electorales.

Por el lado de la izquierda “renovada”, el poder hegemónico total, como el de Maduro en Venezuela, ya no se desmiembra en grupillos de interés económico o empresarial; el verdadero poder se encuentra congregado alrededor de la figura del líder, cuya solidez depende del dominio absoluto sobre las instituciones, incluidas las parlamentarias y las electorales. Se trata de una nueva forma de dictadura “democrática” o de “democracia dictatorial”, si usted así lo prefiere, lo cual no es ningún oxímoron, ya que los modernos dictadores -de izquierdas y los “outsiders” de derechas, como Bukele-, ya no recurren a las balas para concentrar el poder, sino que se valen de la maquinaria electoral y de la legitimidad plebiscitaria, bajo la justificación de reparar el desorden institucional heredado del pasado.

Para quedarse en el poder por más tiempo del prescrito, es importante la aplicación de dos tácticas: la compra de voluntades entre los líderes de las organizaciones intermedias que no están vinculadas al partido del gobierno, es decir, sindicatos, gremios, y los intelectuales que necesitan del incentivo para mantener su imagen y prestigio. Esa sería, digamos, la parte “blanda” de la imposición, porque rara vez implica el uso de la violencia o de la represión legitimada; es decir, se trata de una “armonía” concordada entre el poder y los liderazgos gremiales. La otra táctica es la opresiva, la “estalinista”, porque abarca, desde la vigilancia hasta el destierro contra los detractores del gobierno. Tocqueville decía que en la América meridional, los políticos no soportaban la democracia. Y tenía razón. La concentración del poder y el control total sobre las instituciones es una moda que va y viene por la pasarela latinoamericana a través del tiempo, cambiando de camuflaje según las circunstancias y los actores. Ante la incapacidad de resolver los problemas económicos del país, solo queda la imposición política vía decreto, o por medios represivos.

La democracia se quiebra, precisamente, cuando las organizaciones intermedias toleran las imposiciones sin chistar, y sus líderes consienten con indigno doblegamiento los abusos del poder autoritario; por miedo o por desidia. Entonces, los autoritarismos crecen y se fortifican. Cuando la sociedad ya no soporta los controles, y las crisis económicas empeoran, ya es demasiado tarde; no hay mucho por hacer, salvo meterse a una caravana e irse del país.

Hector A. Martínez, Sociólogo.

 

 

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