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sábado, mayo 18, 2024

El tren que llegó hasta Tegucigalpa

El primer impulso ‘redaccional’ de esta semana fue escribir sobre la circunferencia legislativa a quien, supuestamente, con vidrio molido le quisieron cuadrar la vida o redondear su muerte, pero no, con el escepticismo natural y obligado en un periodista que se precie de serlo y, ante todo, sustentado en la incredulidad de la mayoría de la población, muerta de risa por las ideotas de los idiotas promotores de semejante bayuncada, preferí elucubrar sobre cosas serias, ciertas e incuestionables, como es el caso verídico de la locomotora que llegó hasta Tegucigalpa.

¡Es cierto!, algunos pensarán que, como en la columna anterior, otra vez me la “fumé verde”, no es así, pude ver ese artefacto la semana reciente, durante mis vacaciones tras un recorrido para recordar mi estadía en la Academia Militar “General Francisco Morazán”, en 1986.

Debo decir que, durante mi etapa de cadete y universitario, hasta 1992, viví intermitentemente en la capital y en ese lapso no vi y tampoco supe que aquella máquina del Ferrocarril Nacional de Honduras estuviera ahí, inútil, en una inusual e inimaginable estación en El Ocotal, frente al Primer Batallón de Infantería, carretera a las aldeas Las Tapias y Mateo, y a Lepaterique.

Igual a mí, muy probablemente haya muchos hondureños, y en particular algunos capitalinos, que ignoren o desconozcan que una locomotora de vapor concluyó su estruendoso viaje y, silente terminó su periplo bananero en un lugar en donde ni siquiera siembran guineos.

Es comprensible esa ignorancia en relación con el tren real que llegó a Tegucigalpa, del otro, el de ficción, del tal Trans-450 ni siquiera el armatoste, pero sí, elevadas deudas dejó Ricardo Álvarez y sus secuaces.

Antes de ver sorprendido la máquina ferroviaria afuera del destacamento castrense de la capital, antes y después de vivir en Tegucigalpa, de ese lugar solo supe de una tal “locomotora azul”, adefesio propagandístico de 1993 para promocionar las ambiciones presidenciales del nefasto y pesado riel para el Estado, Oswaldo Ramos Soto.

Aunque entendible ese desconocimiento sobre la existencia de dicha máquina en la unidad militar, parece incomprensible que la locomotora número 9 del Ferrocarril Nacional llegara hasta ahí, habida cuenta que son diseñadas para terrenos planos y no para topografías difíciles, horrendas, de cerros, hondonadas y barrancos, como la capital hondureña, en donde el desplazamiento de un artefacto locomotriz de transporte de mercancías, más que difícil parece imposible.
Del sueño de José Trinidad Cabañas, poco queda, apenas esa locomotora que da cuenta del milagro en rieles de Tegucigalpa, y otras pocas locomotoras están diseminadas en San Pedro Sula, El Progreso, Tela, La Ceiba, y en Omoa; además quedaron pocos tramos de la línea férrea y muchos rieles que sirven de cercos en las haciendas de quienes se los robaron, y también las fortunas de quienes hicieron chatarra lo que pudo ser fuente de riqueza para el país.
Seguro estoy que cuando Cabañas, a mediados del siglo XIX, soñó con construir un ferrocarril en Honduras, pensó abrir el país al comercio internacional y a la modernización y que, además de movilizar masivamente a la gente, posibilitara el desarrollo económico de la novel nación centroamericana.

También tengo la certeza que, íntegro como la historia registra, fue el más valiente general de Francisco Morazán, y posteriormente preclaro (insigne, distinguido) gobernante, jamás se imaginó que la obra se fuera al carajo por la corrupción de los gestores de préstamos para la obra la mayoría de cuyos fondos se apropiaron y ahora su descendencia exhibe lujo y riqueza, y con ese hecho lesivo y nocivo se originaron muchos de los males y calamidades del país.

Fue el 23 de junio de 1853, cuando el presidente Cabañas firmó el primer contrato para la construcción de un ferrocarril que atravesase el país desde el litoral atlántico al Pacífico, pero la construcción se frustró por el golpe de Estado perpetrado por el general Juan López Aguirre.

Más tarde, en 1868, y siendo presidente José María Medina, continuó con el proyecto ferroviario interoceánico que iniciaría en Puerto Caballos (Puerto Cortés) y, luego de atravesar el Valle de Sula y cruzar el río Ulúa, a la altura de la población de Santiago, continuaría por las márgenes del río Humuya y llegaría hasta el valle de Comayagua pasando por la ciudad colonial y capital de la nación y continuaría hacia el sur por la ribera del río para concluir en el Golfo de Fonseca, reporta Wikipedia.

La enciclopedia digital añade que el 20 de febrero de 1868, Medina firmó el decreto para la construcción del ferrocarril y contrató al estadounidense William Mcandlish.

Casi nada quedó de ese gran proyecto tirado después a la pirracha de acero, ahora testigo mudo de uno de los mayores actos de latrocinio y corrupción en la historia patria.
De aquella construcción ferroviaria poco queda, y Tegucigalpa tiene un pedazo de aquel “gusano de acero” y que, según Miguel Ángel Sifontes Oliva, de Santa Cruz, Copán, en su publicación en Facebook, miembro del Primer Batallón en 1972, esa locomotora estaba ahí mucho antes.

Obviamente, aunque José María Medina planeó que el ferrocarril atravesara el centro del país, la locomotora fue llevada a Tegucigalpa en un “lowboy” (remolque de plataforma baja para transportar equipos pesados por carretera).

Los motivos de ese traslado son inciertos y la fecha es indeterminada, aunque el ex soldado Sifontes Oliva afirma que fue tras un choque de locomotoras ocurrido en un lugar sin especificar el 31 de marzo de 1948, sin embargo, una fotografía de Arnold Williams da cuenta de un choque de esas máquinas ocurrido en 1930 en el “Puente Alto”, en Jutiapa, Atlántida.

Los más maliciosos quizás dirán que si esa maquinaria ferroviaria aún existe es porque seguramente un jerarca militar o un alto burócrata no pudo o no quiso llevársela a su hacienda, pero cierto es que vale más que esa locomotora y otras, no terminaron en “desgüezaderos” o fábricas de comales, aunque deberían ser más visibles para que nadie -viendo esos pedazos del Ferrocarril Nacional- olvide la historia de corrupción y pobreza que tiene más hundida a Honduras.

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