El “script” aplicado a la economía venezolana por Nicolás Maduro, es el mismo que acomodó Fidel Castro en Cuba y Salvador Allende en Chile: el de empobrecer a sus países con el cuento de la mal llamada “justicia social” y la liberación de los pueblos por la vía del socialismo.
El domingo 28 de julio, a menos que el fraude ya esté amarrado al conteo, el pueblo venezolano, cansado de las penurias económicas, tiene la oportunidad de oro de reescribir la historia, algo que de darse -lo cual es casi seguro-, no la tendría nada fácil en los próximos 5 años. De ganar Maduro, y para no seguir acumulando millas en miseria económica, este tendría que hacer un giro de 360 grados de la economía; es decir, irse por el camino de la liberalización; comenzar a desburocratizar el Estado, a cortar drásticamente la red clientelar de activistas parasitarios que consumen la mayor parte del erario público.
Más allá de eso, Venezuela tendría que abrirse a las inversiones extranjeras y a los mercados globales; a promocionar las exportaciones no tradicionales, y no depender del petróleo, como lo hace Cuba con el azúcar, o lo hacía Chile de los 70 con el cobre. Algunos dirán airadamente: “¿No es eso un descarado neoliberalismo?”. Llamémosle como queramos: “socialismo libertario”, “capitalismo humanizado”, “economía inclusiva”, no importa. El nombre es lo de menos. La única manera para bajar la temperatura es tomar ese camino: recortar el despilfarro y promocionar un capitalismo en condiciones justicieras sin apadrinar a los amigotes de los políticos en el poder, como ha sido la costumbre de las derechas tradicionales.
Es la única vía para atemperar la escandalosa hiperinflación de tres cifras y el desempleo de casi el 50 % de la PEA. Desempleo generado por hacerle la vida a cuadros a la empresa privada, tratando de controlar los precios a la producción, como respuesta a un gasto público excesivo para mantener las legiones de burócratas y activistas. Con precios controlados, fijados en un límite, los empresarios prefieren cerrar los changarros y enviar los empleados a casa, que lidiar con los costos. La gente inocente suele aplaudir estas medidas de control, sin sospechar lo que se pergeña detrás de esas políticas de marras.
El costo social es altísimo: al escasear los productos, los anaqueles se vacían a la cubana, mientras pululan los mercados paralelos y los ladrones.
Un par de cifras para ilustrar. El PIB nominal de Venezuela en el 2000 era de 98 mil millones de dólares. En el 2013 fue de 371 mil millones, pero, en el 2023, descendió escandalosamente a 47 mil millones. Es como que el lector saque cierto monto de su cuenta de banco sin preocuparse por reponerlo.
Con una crisis de tal magnitud, es lógico que el Gobierno trate de echarle las culpas a los enemigos en común de las izquierdas del continente: el imperialismo yanqui, al cerco de sanciones y al boicot de las derechas locales. Entonces, hay que hacer las mismas que hizo Castro en Cuba: llamar a los rusos, negociar con otros imperios para no terminar de ahogarse. O reprimir.
Con este panorama y estos números maltrechos, en lugar de emigrar, los “panas” venezolanos que se han quedado a luchar por sus vidas, se disponen, este 28 de julio, a seguir en las mismas o a cambiar las cosas. La historia dirá.
**Sociólogo