El panorama que ofrece hoy San Pedro Sula en sus mercados y calles es, francamente, vergonzoso. San Pedro Sula vive sumida en un caos monumental que no se puede seguir ignorando.
La ciudad está invadida por vendedores informales que han tomado las calles sin que nadie haga nada al respecto.
Lejos de fomentar el desarrollo económico que muchos defienden a capa y espada, esta saturación desmedida de puestos improvisados en espacios públicos está generando un caos urbano sin precedentes.
No es exagerado afirmar que la competencia desleal que genera la venta informal repercute duramente en los comerciantes formales, quienes sí cumplen con sus obligaciones fiscales y legales. Mientras unos invierten en alquileres, pago de servicios y permisos, otros operan libremente, sin controles ni contribuciones.
La saturación de estos puestos en espacios públicos no solo es indeseable: es peligrosa. Además de dificultar el paso de peatones y vehículos, convierten cualquier intento de ordenar el tráfico en una batalla perdida.
Esto es lo que han permitido las autoridades durante años: un desorden insostenible que afecta, literalmente, a toda la ciudad. Y si eso no fuera suficiente, tenemos la otra gran preocupación: la basura. La acumulación de residuos en el casco urbano parece un desafío imposible de manejar.
Sulambiente, la empresa encargada de la recolección, hace lo que puede con sus 92 rutas, pero parece que el asunto va mucho más allá de la capacidad de cualquier empresa.
En sitios como el mercado Dandy, se retiran hasta 675 toneladas de desechos cada mes, pero la basura sigue apareciendo por doquier. Es un espectáculo constante de desorden, incomodidad y, por supuesto, un riesgo sanitario palpable.
¿Es esto lo que San Pedro Sula se merece? El desorden de los mercados, la basura en cada esquina, y la falta de control por parte de las autoridades no hacen más que desmoronar lo que podría haber sido un desarrollo estructural y ordenado para la ciudad.
El margen de maniobra de aquellos comerciantes informales no es una excusa. Es una manifestación del fracaso rotundo de los encargados de regular la actividad económica y sanitaria. A las autoridades les ha faltado asumir las riendas.
En lugar de aplicar políticas que favorezcan la organización del comercio y de las calles, nos han permitido vivir en medio de la anarquía. Mientras tanto, los comerciantes formales que sí cumplen con sus obligaciones luchan para sobrevivir en un ambiente totalmente desequilibrado.
Y, como si fuera poco, quienes vivimos en la ciudad no somos ajenos al efecto de este desorden. Cada día que salimos de nuestras casas, nos topamos con la dificultad de caminar por las calles llenas de puestos.
Nos vemos obligados a sortear la basura que ya tiene dueño de facto cuando se incrusta en las aceras, al margen de cualquier plan de recolección eficiente.
Hay momentazos en los que simplemente nos resignamos, pero no debería ser así. No podemos normalizar este desastre.
El mercado informal debería ser regulado de manera eficiente, no tolerado a costa de la salud y el bienestar de todos. Las autoridades, tanto municipales como nacionales, deben tomar el control absoluto de la situación. Regulación efectiva del comercio e inclusión de los vendedores informales en planes de reordenamiento son la clave.
No es suficiente con quejarse de la informalidad: hay que actuarse para integrar a quienes ahora son actores invisibles dentro de la economía formal.
En relación a la basura, no basta con que Sulambiente siga operando como hasta ahora, o quejarse de la falta de recursos. Es hora de tomar las riendas del asunto a nivel estructural: la recolección debe ser más frecuente, y las sanciones a quienes no sigan la normatividad ambiental deben ser aplicadas de manera inmediata.
Ahora bien, el cambio requiere más que buenas intenciones: necesita acción. Necesitamos que las autoridades manejan una propuesta seria que logre frenar la expansión de comercio desregulado. Necesitamos que el gobierno y los actores del sector privado se unan para definir también espacios adecuados para los puestos ambulantes y crear un sistema de recolección de residuos efectivo y frecuente.
Aquí lo que falta es liderazgo. Liderazgo que sea capaz de organizar y ordenar las calles, habilitar espacios adecuados y corregir una realidad caótica que ya no puede seguir.
Si seguimos viviendo entre escombros y suciedad por el desinterés de las autoridades, estamos condenados a seguir viendo la ciudad desmoronarse bajo una capa de abandono.
Las autoridades deben diseñar y aplicar un plan de acción que tenga tres pilares centrales. Primero, establecer espacios formales de comercio con alquileres accesibles y condiciones mínimas de higiene y seguridad, donde los vendedores ambulantes puedan trasladarse sin perder su fuente de sustento.
Segundo, reforzar la recolección de residuos, mejorando las rutas y horarios, e impulsando campañas de concientización sobre la importancia de desechar la basura adecuadamente.
Finalmente, es clave fomentar una cultura de respeto a las normas que regule el uso de las calles y espacios públicos.
Para lograrlo, se necesita no solo la mano firme de la municipalidad, sino también la colaboración de la ciudadanía, el sector empresarial y los propios comerciantes.
Sin este compromiso conjunto, San Pedro Sula continuará hundiéndose en un desorden que solo genera perjuicios a largo plazo.