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sábado, mayo 4, 2024

El maestro de las estafas (2 de 3)

A raíz del artículo de la semana pasada, he recibido muchas notas pidiendo que anote a los políticos entre los grandes estafadores de todos los tiempos. Lo lamento, no hay espacio suficiente en este medio, ¡son demasiados!

Así que seguiré con algunas aventuras del mejor estafador de todos los tiempos, el simpático, inteligente y muy creativo “Yellow Kid”, personaje de la vida real, maestro de la simulación y el engaño, capaz de estafar a las mismas autoridades que lo perseguían.

La máquina de fabricar dinero

Como en la mayoría de los casos, las víctimas de las estafas son en realidad víctimas de su propia ambición.

El Kid, que siempre supo aprovecharse de eso, inventó una fabulosa máquina para fabricar dinero a la cual le sacó mucho provecho. Una caja metálica con un mecanismo interno que reproducía dinero de verdad a partir de simple papel.

Como parte del tinglado, el Kid tenía grandes cantidades de dinero a la vista en su cuarto de hotel, así como papel en blanco cortado al tamaño exacto de los billetes, frascos con tinta y también falsas planchas con denominación de cien dólares, equipo necesario para convencer a cualquiera que, cegado por su ambición, recorriera el lugar con la vista. Vendió muchas, el único problema que tenía es que no funcionaba.  Es decir, sí producía tres o cuatro billetes, nada más.

Desde luego que en su interior ya estaban esos billetes, que eran legítimos. La máquina producía un billete cada 12 horas, lo que le daba suficiente tiempo al Kid para escapar en busca de otras víctimas. Cuando se agotaban los billetes preinstalados y al darse cuenta de que había sido estafado, el falsificador aficionado no podía acudir a las autoridades para presentar una denuncia, ¿qué podría decirles?, que lo habían engañado pues la máquina de falsificar dinero no servía. Simplemente se quedaban con su pérdida, ¡tragaban saliva y ya!

El Kid vendió muchas al exorbitante precio de $10 mil dólares. Si en este momento es mucho dinero, ¡imagine esa cantidad hace cien años!

Uno de los casos más apasionantes con la máquina del dinero fue con el alcalde de un pueblo quien, al comprender que había sido burlado, corrió a capturar al Kid y exigirle que le regresara su dinero. El Kid se mostró sorprendido porque la máquina no funcionaba y de inmediato pidió disculpas y le regresó los $10 mil.

El hombre quedó satisfecho pues en realidad había ganado los $300 legítimos que la máquina entregaba y había recuperado sus $10 mil.

El Kid dejó el pueblo y siguió adelante vendiendo máquinas por aquí y por allá.

Unos pocos días después, leyó la noticia en un diario que el alcalde había sido capturado por pasar dinero falso. Aún en el momento en que el Kid se había enfrentado a una de sus víctimas, tuvo el valor y la presencia de ánimo de entregarle dinero falsificado.

La vida del Kid fue apasionante, su biografía relata que no sólo disfrutaba del dinero de sus estafas, pero también de la aventura y la emoción que le producían.

Una vez, mucho antes de las computadoras y todo eso, pasando por cierto lugar se dio cuenta que un banco había cerrado determinada sucursal. Rápidamente ideó un plan para sacarle provecho.

Junto con un grupo de cómplices, alquiló el local desocupado, puso los rótulos del caso, imprimió la papelería necesaria, vistió a su gente como cajeros y oficinistas y durante algún tiempo se dedicó a recibir los depósitos de todos aquellos -empresas y personas- que no se habían enterado del cierre de la sucursal legítima.

Un par de semanas después se marcharon sonrientes, cargados de dinero en busca de nuevas oportunidades.

Desde luego en la historia ha habido muchos estafadores notables, hubo uno que vendió como chatarra la mismísima Torre de Eiffel en París.

La torre no fue construida en un principio para ser algo permanente, sólo era el símbolo de una feria mundial que se desarrollaba en Francia.

Después de finalizada la exposición se suponía que sería desmantelada, su mantenimiento era demasiado caro y, además, a la mayoría de la gente en aquellos años (1899) no le parecía que estaba de acuerdo con la arquitectura de la bella París.

Con papeles obviamente falsificados, se hizo pasar por subdirector de obras públicas de la municipalidad, encargado de vender la torre como chatarra.

Los principales empresarios del ramo acudieron a una reunión secreta en la cual participaron en una subasta, el ganador la compró mientras que su victimario -un hombre llamado Victor Lustig- huyó al exterior a disfrutar de su dinero.

Avergonzado, el “comprador” jamás presentó demanda por lo cual Lustig regresó a París y, ¡sorpresa!, volvió a venderla a otro incauto. Seguiré con otras historias la próxima semana, ¿me acompaña?

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