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lunes, mayo 20, 2024

El fotógrafo y mis recuerdos (I)

Un día, allá por el año dos mil, más o menos, llegó a las oficinas Comité de Derechos Humanos (Codeh) en San Pedro Sula, una señora (de la cual no recuerdo su nombre), ella andaba buscando ayuda y fue atendida por Hugo Maldonado -para ese entonces, de la Ceiba, no se había venido a la Ciudad del Adelantado Andrés Pavón- el Codeh no tenía procuradores. Ante ese hecho, Hugo le indicó a la señora que me buscara como abogado.

La señora vivía en su casa ubicada en la colonia 15 de Septiembre, de Chamelecón. Al relatarme su caso me contó lo siguiente: su esposo, era conductor de un bus rapidito. Como a eso de las once de la noche, su consorte se encontraba en un billar. Al salir del mismo y queriendo irse en el busito para su casa, fue asaltado, pero los maleantes también lo obligaron a que se montara en el bus y uno de los delincuentes -que eran tres- conducía.

Salieron con rumbo a Santa Bárbara. El delincuente era mal conductor, por lo que ya siendo de madrugada en el trayecto hizo volcar el bus. El vehículo dio varias vueltas y cayeron en una hondonada. En medio de la oscuridad y sin saber dónde estaban, cada quien salió como pudo del busito. El esposo de la señora -mi clienta-, entre los montarrales, al amanecer, logró salir a la carretera sin saber qué había pasado con los ladrones.

Así, tomó rumbo hacia San Pedro Sula. Al llegar contó lo sucedido a su esposa y a los dueños del bus, que eran los socios la empresa denominada Cooperativa de Transportes de los Trabajadores de la Polymer (Cotrapoly), dicha empresa tenía su sede en el barrio Concepción (no sé si existe aún) y su ruta era entre dicho barrio y Chamelecón.

El hecho es que los propietarios responsabilizaban de los daños del bus al conductor, quien, siendo un hombre pobre, no tenía con qué responder para reparar el automotor que había sido recuperado. Fue así que, bajo presión psicológica y amenazas de meter preso a su esposo, forzaron a la señora a firmar un pagaré por determinada cantidad de dinero, obligándose a pagar la reparación, pasó cierto tiempo y no podía pagar.

A la vista está que el caso era de carácter laboral. Y la señora no tenía ninguna relación de trabajo como para ser obligada a la reparación del automotor. Ella se dio cuenta que la iban a demandar y le iban a embargar la casa. Fue ahí cuando buscó ayuda. Le expuse que tenía que traspasar la casa, que se la pasara a algún familiar de su confianza y que estuviera seguro de que después se la devolvería. Ante tal propuesta, me respondió que no tenía familiares de confianza.

Me había contado que asistía a la una iglesia protestante y le sugerí que se le traspasara la casa al pastor, a lo que accedió. Ya estábamos haciendo la escritura de traspaso y los propietarios del vehículo se dieron cuenta de su intención, en vista de lo cual -según me contó la señora- el pastor ya no firmaría la escritura de traspaso, porque lo habían amenazado los patrones del trabajador.

Bueno, es urgente hacer el traspaso, y, si usted confía en mí, yo asumo la propiedad de la casa, le dije.

No me queda de otra, me dijo. Y me convertí en propietario de la casa. Al cabo de unos meses. La señora fue demandada por los susodichos. Cuando quisieron embargar, se dieron cuenta que la casa estaba a mi nombre. Entonces, un buen día por la mañana llegaron tres personas a mi oficina, les recibí, se identificaron, me hablaron del problema y me hicieron una propuesta la cual, supuestamente, era irresistible para mí.

San Pedro Sula, Cortés, 31 de octubre del año 2023.

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