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lunes, mayo 5, 2025

“Don Jorge”: Gigante siempre, ahora inmenso e inmortal

A excepción de las personas a las que he amado y admirado por sus virtudes y experiencias de vida, raros decesos han logrado entristecerme tanto como el vuelo a lo ignoto de “Don” -sí, con mayúscula- Jorge Bueso Arias.

Remarco las mayúsculas porque ese caballero lo fue en toda la extensión de la palabra, era un cúmulo de talentos y cualidades que lo hicieron “Don Jorge”, no por la acumulación de bienes o dinero, sino por el señorío con que actúan las almas magnas y los grandes hombres que se dan o entregan sirviendo al prójimo, siendo útiles a los demás.

Debo admitir que me hizo lagrimear el escuchar y ver desde todas partes y de todos los sectores, tantas muestras de admiración bien ganada y de cariño bien merecido, tras conocerse a partida fatal, la ida para siempre de este hondureño excepcional -infortunadamente pocos como él-, copaneco centenario, gigante bajito y agradable, empeñado en hacer grandes a sus clientes más “pequeños” o necesitados.

Con su infeliz deceso tras una maravillosa vida, constaté también que es posible querer a quien sin conocerlo no es un extraño, al contrario, por su vida con propósito fue querido por muchos y casi amado por todos por su periplo vital de ciudadano de un siglo y más al que, por virtuoso, la patria le quedó chica y su gente en permanente mora con él al no acompañarlo cuando en la política se ofrendó para cambiar, desde la Presidencia, al país.

Después de leer y escuchar tantos reconocimientos y homenajes en su vida y en su muerte, halagos siempre muy meritorios por su vida diáfana, de servicio a los demás, de solidaridad y honradez, y de acendrado amor patrio, pensé que me sería difícil honrar en su justa medida a este coloso del trabajo probo, brújula moral y conducta de estadista que, en este predio de ciudadanos ingratos no supieron apreciar hace medio siglo cuando quiso darse sirviendo pero la masa no lo avaló y así se perdió a un gran presidente.

Seguro estoy que no reconocer y comentar sobre la tristeza nacional, la partida de este hombre especial no me lo hubiera perdonado, primero porque quiero y admiro a su sobrino, el doctor y exvicealcalde sampedrano Eduardo Bueso, mi amigo, y además porque en casa mía y desde vivienda ajena supe del alcance del altruismo de “Don Jorge”, y no honrarlo solo evidenciaría a una persona de alma mustia, corazón amargo y huraño y comportamiento mezquino.

No lo conocí, pero desde niño supe de él, al escucharlo en la radio o en la televisión, siempre sesudo y asertivo como pocos, aunque sin imponer su razón, e igualmente lo leía en periódicos o revistas especializadas al opinar sobre los grandes y graves problemas del país y los peligros que la acechan siempre y la amenazan ahora.

Por su centuria de vida fue un roble este copaneco jovial que, en sus inversiones y negocios aunque por obviedad buscó la rentabilidad, nunca fue eso un fin que justificara los medios, sino la posibilidad de ayudar y servir, como en su banco, del cual, contrario a los buitres de la usura o a los carroñeros del grosero interés bancario, hizo una caja solidaria para “apoyar al pequeño de hoy y hacer al grande del mañana”.

Así, son abundantes las historias y anécdotas sobre él, todas ciertas, en las que ese banquero occidental, en lugar de apretar o socar tuercas para obligar a pagar deudas so pena de despojar de casas, empresas o tierras a los deudores, más bien en una plática breve, con la humildad y la campechanería que le caracterizaban, aflojaba los tornillos prestatarios para no asfixiar y en su lugar ayudar a rescatar a sus clientes con todo y bienes e inversiones.

Fue un préstamo suyo, sin molestia alguna, que ayudó a mi madre a hacer de su casa una casona, y parientes y amigos me contaron de las conversaciones con ese bisabuelo afable, con el que una llamada, una visita corta y un conversatorio breve bastaban para arreglar lo que para el deudor parecía un imposible, un problema grave o un terrible embrollo, pero para él solo era la oportunidad y hasta casi su obligada necesidad de servir.

Un muy buen amigo paisano, emprendedor, luchador como su padre y como tantos de todas partes que se beneficiaron de su solidaridad lo resumió fácil y contundente: “A Don Jorge lo amo como a mi papá, le debía y pensé que me quitaría la casa, pero hablé con él en Santa Rosa (de Copán) y lejos de joderme me ayudó más para levantar mi negocio y salvarlo y también a mi finca. Lo menos que uno puede es bendecir a un banquero que lejos de quitarte todo y dejarte sin nada te ayuda a salvar la casa de tu familia”.

Ahora que, con su muerte, “Don Jorge” ha alcanzado aureola de casi prócer, y ciertamente héroe, justo escribir de este ciudadano que bien pudo ser un inédito padre de la nación, prefirió ser solo uno más de sus hijos que, por su probada austeridad y honradez, sacrificó sus propios intereses en pos de las necesidades de la patria y de su gente.

Ahora, en su grandeza moral, seguro muchos consideran a “Don Jorge” como uno de los ejemplos más destacados de virtud cívica entre los constructores de la patria que ahora pesa menos y que lo extrañará más en su inmensidad de ciudadano inmortal.

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