Lo enseñan los sabios pero lo incumple el hombre, menos el común y popular, cuál es la lección de que si quieres satisfacción profunda en vida, cero arrepentimiento y muerte venturosa lo ideal es apegarse a los cánones de la moral y la ética, es decir a la corrección de conducta tanto en lo personal como en lo social.
El ego debe intentar ser bueno a pesar de la miel de las seducciones, librarse de la tentación excepto aquella que proviene de sus fuentes interiores, de su pueblo, la nobleza de la familia o el amor. Pocos comprenden que entre la actitud individual de comportarse bien (moral) y la colectiva (ética) hay correspondencias internas no siempre vistas, pero absolutamente presentes.
El individuo no existe en el vacío sino en comuna; la comuna es nada sin sus breves partículas personales y a ese equilibrio se llama Norma, esto es el conjunto de principios mediante los que el conglomerado asegura su consenso, la solución pacífica al conflicto, la civilizada educación, el avanzado progreso común.
Pues bien, ser ético es buscar y pregonar la verdad, no importa qué la adversa. Pero cuando sobre ese criterio imponemos una perversión -recelo, prejuicio o arbitrariedad, obvio que ilógica- la verdad desaparece, nubla el juicio, vive el escrúpulo.
Ejemplo cuando no importando la decencia de alguien, y aunque lo caracterice la virtud, incluso así lo despreciamos por sus inclinaciones personales (religiosas, políticas, culturales).
Es el caso de la repulsión por los islamistas y mahometanos a que orilla la propaganda occidental; el odio contra los homosexuales (homofobia) que irreflexivo inculca elmachismo (y que Freud advirtió es más bien miedo de volverse uno); el rechazo a países con otra cultura (Rusia, China, esquimales) y sobre todo por causas políticas.
Francisco, el Pontífice, puede ser santo pero como es latinoamericano (original defecto), argentino (segundo prejuicio) y reformista (más que peor) descienden sus puntos de aceptación.
Más grave, si alguien es de izquierda por más modelo cívico, humano y espiritual en que se constituya (podría ser Cristo) palabras malsonantes lo definen y discriminan.
En la mente de quienes se comportan así, el mundo (orbe, universo) posee en exclusivo un parámetro (“valor que representa algo que queremos medir en un sistema y que es imprescindible para conocer su determinada situación”) y que es el prejuicio, o sea la desviación de la verdad.
No importan las maravillas de equis fulano, su pureza y convicción, pues con ser progresista o socialista ya es intrínseca y definitivamente malo.
Nada ni nadie lo salva de la discriminación y condena. Pero aunque lo parezca un desviado no es que sea imbécil o inculto, sino que el cerebro le opera al revés, viendo con distorsión (torcedura o torsión) lo captado.
Es la violación a la norma de la tolerancia que practican quienes se desvían de ella y siguen sin reflexionar excepto por estereotipos. Su mente concluyó que el planeta es así: cuadrado, rígido, incambiable, estrecho, inmodificable, ortodoxo, pétreo, y como tal lo describen y pintan, cosa que veo día a día en algunos colegas que escriben en periódicos y que destilan y redactan, desde hace veinte años, lo mismo. Lástima por el inocente que los lee.