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Honduras
jueves, marzo 28, 2024

Con una luz, nadie se pierde

Entre las exhortaciones eternas para desterrar tanto mal en Honduras y más en estos momentos de incertidumbre por la permanente, innecesaria y artificial inestabilidad que nos sume en la pobreza, se debe pensar un poco acerca de cómo se puede actuar con sabiduría. La ley está hecha para cumplirse y esos retorcimientos que permanentemente se hacen son los que nos tienen como estamos. De frente, con el tema de la criminalidad que jamás se ha abordado con seriedad precisamente en las esferas de decisión más altas y solo se dan paños de agua tibia, tanto así que ni siquiera tienen la astucia, inteligencia, de encender las cámaras de Sistema Nacional de Emergencia 911… ni siquiera eso.

Lo primero, dentro de estas verdades está el «no matar». El hombre no tiene poder sobre la vida de sus semejantes, es sagrada e intocable, es solo de Dios. Pero… llegaron los «matices»: si el otro es un pueblo enemigo, si sorprendemos a alguien in fraganti, si se trata de un ladrón ¿lo linchamos?, si es un delincuente, la pena de muerte, el enemigo al que declaramos la guerra… Y yendo a las raíces de la obediencia a la ley vemos que hay actitudes y comportamientos que llevan a matar al otro, puede que no literalmente (menos mal), pero… La cosa empieza por un proceso previo de auto-convencimiento de que nuestra posible víctima no es persona humana, no tiene dignidad, no merece respeto: el insulto, el desprecio, el aislamiento, y ese es el fuego por el cual nos están haciendo pasar los gobernantes, dicho así, de frente.

Una de las cosas más difíciles de abordar, cuando vemos de cómo se permite el aborto y uso de las “pastillas de emergencia” que no son más que un abortivo, la permisividad social con las políticas que permiten la entronización de los desórdenes de la homosexualidad (no condenamos a nadie por serlo, vivimos en un país que goza de albedrío) con acciones lejanas de nuestra realidad y eso es lo que deploramos, “matrimonio” entre personas del mismo sexo y todas sus derivaciones, por ejemplo.

Por eso, como pueblo, debemos estar atentos, llenarnos de sabiduría ante lo que viene, tener ojo avizor cuando se nos quiere minar la moral, destruirla, cuando despotrican contra las voces autorizadas, las pocas voces que van quedando porque precisamente se han encargado sistemáticamente de arrancarlas del corazón del hondureño, entre otras, la Iglesia, los agentes sociales de cambio pacífico, obreros conscientes, maestros apasionados por su trabajo. ¡De ellos es Honduras también! Afortunadamente, esa disociación no la han podido lograr y se sigue adelante.

La luz de la sabiduría está encendida. Esta nos dice qué y cómo hacer para la vida, para la plenitud y, sobre todo, para la paz por medio de la justicia.

 

EditorialCon una luz, nadie se pierde

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