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jueves, marzo 28, 2024

¿Y SI LO VOLVEMOS A PENSAR? ¿Se salvó?

“El ser humano es un animal racional, capaz de vencer sus propios instintos, cuando lo quiere, usando la razón”. Julcao.

Julio C. Aguilar
Máster

En estos días de reflexión, sobre los sucesos que han señalado en la historia de la humanidad un cambio radical, al centrarnos en algún personaje o hecho, no es con el afán de buscar notoriedad, o de echar más leña al fuego, o condenarlo, sino resaltar que esos sucesos que marcaron a ciertos individuos o sociedades vuelven a suceder aquí y ahora, y al conocer los resultados que se dieron en el ayer, nos dan una alta probabilidad de obtener el mismo resultado en nuestros días.

Fijamos nuestra atención en Judas Iscariote, como un extremo del péndulo en que se mueven la mayor parte de las decisiones al momento de actuar:  lo correcto o lo incorrecto, el bien o el mal, un libre albedrío bien o mal entendido.

De las cuatro suposiciones, más aceptadas por las que Judas, vendió a su maestro: a) Era ladrón, b) Quería usar el poder de su maestro para derrotar a los romanos, c) Se sentía desarraigado en el grupo de los apóstoles y d) Le dio la oportunidad al demonio de apoderarse de su voluntad; una de ellas fue la causante de traicionar la confianza que se había depositado en él.

En ningún momento se puede concluir que la condenación fuera su destino final. Sobre su final en el más allá, salvación o condenación, se han propuesto varias suposiciones, que permiten situar a este personaje y a aquellos que han optado por situaciones parecidas, en una probable existencia futura.

En el momento en que Judas señala a su maestro para que sea apresado, éste le llama amigo, aun sabiendo cuál era su cometido. Se considera este momento el inicio de su arrepentimiento. Ya no está plenamente seguro de la bondad de su acción. Y se desmorona totalmente su voluntad, cuando observa como Jesús es condenado, sin que él recurra a su poder para liberarse de los sumos sacerdotes, como él esperaba. “He vendido sangre inocente”, dice, y devuelve la plata recibida.

Sabiendo el daño hecho, considera que la única forma de enmendarlo es entregando su vida. Va decidido, se coloca la cuerda al cuello, y con valentía, se lanza al vacío, como un acto de purificación.

Cuando los ejércitos antiguos eran derrotados en batalla, el general o jefe al mando de la campaña, se hacía responsable del descalabro y para enmendarlo, pedía a su oficial asistente que terminase con su vida por medio de la espada. Pero cuando era valiente y tenía claro, que el resultado de la derrota había sido por sus malas decisiones, o su incapacidad de estar al mando, no esperaba que otro enmendase sus errores, sino, que, como víctima propiciatoria, se lanzaba él mismo sobre su espada hasta terminar con su vida. Esta pudo ser la situación de Judas, al dejar su cuerpo pendiendo de una cuerda, entre cielo y tierra, balanceándose en el vacío hasta morir completamente, y no una cobarde decisión tomada precipitadamente, como algunos han sostenido.

En la marina, el responsable de que un barco se hiciese a la mar, surcase las aguas tranquilamente, o venciese las tormentas que le impidiesen atracar en el puerto de destino, era el capitán. Para ocupar este cargo se precisaba ser nombrado, contar con experiencia, inteligencia, entereza, poder de mando y muchas horas bregando en el mar. Si un barco naufragaba, el capitán se hundía con su nave. No podía vivir con el deshonor de haber perdido la nave a él encomendada.

Judas fue llamado por Jesús para formar parte del grupo de los doce, de los discípulos, que estando con Él recibiesen la formación adecuada para ser sus testigos hasta los confines de la Tierra.

Fue enviado a anunciar el reino a los pueblos vecinos y para ello recibió el poder de sanar enfermos y de expulsar demonios; presenció los milagros y escuchó las enseñanzas del maestro de primera mano, y algo importante, fue nombrado para administrar los bienes del grupo. Disponía de los fondos de la comunidad para la alimentación, para el traslado de un pueblo a otro, para repartir limosnas, para proveer al grupo de lo necesario.

Se hizo responsable del naufragio del grupo apostólico, del pequeño rebaño que jefeaba Jesús, quien fue condenado a muerte cuando él entrego a su maestro por razones solo por él conocidas. Muerto Jesús, Judas estaba seguro de que ya nada sería igual, que todo había terminado y él debía terminar con su vida porque no podía vivir con el deshonor que recaía sobre su persona al haber entregado a su maestro a la muerte y haber hecho naufragar el proyecto de Jesús.

Cuando el mártir del Gólgota pedía a su Padre perdón por todos los responsables de su muerte: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, también pedía por Judas. El indulto solicitado al Cielo también incluía a Judas y probablemente, en el momento en que el alma abandonaba el cuerpo del Iscariote, cuando se convulsionaba, pendiendo de una cuerda, como queriendo en cada estertor deshacerse, separar de su cuerpo la maldad que le había llevado al deicidio, contempló los brazos amorosos del Padre, que reciben con ternura a todos lo que se arrepienten de lo que consideraron malo, y buscan refugio en su misericordia infinita, aunque sea en el último suspiro de su vida terrena.

¿SERÁ, que, si lo volvemos a pensar, evitaremos condenar a alguien por nuestra forma de interpretar sus decisiones, seremos más tolerantes y omitiremos juicios en algo muy difícil de conocer?

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