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Honduras
domingo, marzo 16, 2025

Unos peleando, otros sufriendo

Después de hacer un recorrido por algunas regiones de Honduras, no pude evitar hacer una reflexión sobre las graves consecuencias que podrían sobrevenir para nuestro país de no tomarse las decisiones correctas en este momento.

En un foro televisado en el que participaban funcionarios del Gobierno y líderes de la empresa privada; a pesar de la inocente súplica del moderador invitando a deponer el sectarismo por el bien del país, me di cuenta de dos situaciones muy peligrosas y estrechamente vinculadas: que seguimos divididos como nunca y que los políticos y líderes gremiales no han hecho un examen juicioso sobre el desorden que vive el mundo ni de los efectos que supone quedarse en medio de la refriega que libran las grandes potencias mundiales.

Es fácil entenderlo: en principio, no existen liderazgos de valía en el sector privado, en la política partidista ni en el Gobierno. Y no los hay porque los intereses sectoriales son tan poderosos que, en lugar de conjuntar los esfuerzos institucionales para sobrellevar la crisis, prefieren atrincherarse con sus pertrechos de guerra esperando el desenlace de las elecciones generales.

En otras palabras, al igual que en aquellos días finales de la Guerra Fría, se nos presenta una sarta de amenazas, pero también de oportunidades para enderezar la maltrecha economía y rediseñar el retorcido papel del Estado hondureño.

Resulta que Donald Trump no está bromeando como para tomarlo como un espantajo de la oposición y meterle miedos al partido en el poder. No se trata de una vocinglería a la que no debamos prestarle oídos, sino de una amenaza real. El nacionalismo enraizado en el presidente norteamericano, el acentuado antiglobalismo y su MAGA 5.0 provocarán una retirada de las inversiones en países como el nuestro, que desembocará en un desempleo masivo, en más pobreza e inmanejables presiones sociales, desde luego.

La postura de los funcionarios del Gobierno, sobre una tal economía de social de mercado, solo demuestran las incoherencias sectoriales al pretender implantar un modelo estatista que no funciona.

Una economía social de mercado implica una fuerte presencia del Estado sobre las disposiciones productivas, que es lo mismo que decir una extendida politización en las actividades económicas. Sin explicar los incentivos para generar productividad, ese modelo controlador significa, entre otros defectos, mayor poder político y más corrupción estatal.

Los empresarios, por su lado, divididos entre mantener las mercedes del Estado, como ha sido la costumbre, mientras otros parecen plegarse cómodamente a la política del Gobierno como medio de sobrevivencia, se mueven entre cierto reformismo liberaloide o apostando a que el PL y el PN derroten a Libre para volver a desempacar las maletas hechas.

Pero nadie se refirió al verdadero camino que debemos tomar para organizar las instituciones y ponerlas al servicio de la sociedad. Ninguno se refirió sobre el tránsito hacia la libertad social y de mercados; al contrario: hasta el mismo moderador expresó, con cierta inseguridad conceptual, que el liberalismo económico tiene sus fallas, sin hacer referencia a tales defectos.

Pues bien: ese foro apenas es el reflejo del pugilato que ocurre en el escenario nacional, es decir, indolencia, ignorancia y una encarnizada lucha de poderes, mientras la población queda relegada a un segundo o tercer plano, como en los últimos cuarenta y tres años de amargura eterna.

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