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jueves, marzo 28, 2024

SIN VENDAS

Pues, mi vecina, Ñora Iris, como la conocemos en el barrio, madre sufrida como las madres pueden serlo, mujer luchadora, eternamente opacada por su esposo, señor alto él, de bigote frondoso y de sombrero encasquetado, aunque no haga sol. Un buen día emprendió, luego de pensarlo mucho, para probar suerte dijo ella, contándonos muy emocionada, que dejaría por un tiempo el puesto de ser madre y probar suerte como empresaria, aunque fuera chiquita, pero empresaria al fin.

Pues, se enjaranó en un banco con un préstamo de pobre, de esos leoninos que los de pisto ni locos agarran, pero como el hambre es perra sino aquel, de esos que se maquillan con la sonrisa de los banqueros y la letra chiquita que solo tal vez con lupa se alcanza a leer al final de unas mil hojas del contrato, las que casi nadie lee, pero que a pesar de ser letra minúscula, la deuda que encierra es más grande que el hambre de muchos, de esos préstamos precisamente en donde uno saca prestado cien pesitos y termina pagándoles diez mil solo de intereses, luego de sacrificios y socadas perras, para ver cómo ajusta uno la cuota, después de tanto tiempo que ya ni acuerda uno porque saco el préstamo.

La cosa es que Ñora Iris, luego de mucho sacrificio, el calvario burocrático, la chorrera de permisos y el visto bueno de los muchachos, abrió su negocio en el barrio, una tienda de ropa de bulto, un agachón pues, la idea era una tienda de ropa para el barrio, en donde uno pudiera ser feliz al comprar una que otra mudada e incluso ajustar los frijoles del mes para que la tripa no sufriera, ya que ropa nueva, solo para verla en los escaparates en los moles, cuando uno va a refrescarse por el aire acondicionado. Ella pensaba que así ayudaría al barrio y se ayudaría ella, por eso hizo toda la publicidad que se permitió para que supiéramos la inauguración de su tienda. Ropa barata y que nos ajustará según nuestros sueldos, eso decía ella, ropa para todos y todas.

Pues, llegó el gran día, se abrieron las puertas al público y fuimos todos alegres a comprar, con fichas, ropa y alegrías. Pero la cosa no fue así,  aunque ella daba la cara como la dueña del lugar, ella había hecho la publicidad y su rostro risueño, es el que se conocíamos, su esposo, el señor que les conté, no sabemos si por voluntad de ella o a puras yemas obligada, empezó a regentar el lugar, de la noche a la mañana su bigote es el que mirábamos, su mirada severa y el omnipresente sombrero, él era el que pasaba en el mostrador y tomaba las decisiones, sobre todo en el negocio, él decidía precios y compras, tanto así, que muchos, con la esperanza de conseguir fiado o uno que otro chiringo de gratis, le decían “señor gerente” o, incluso, “el dueño del lugar”. Ñora Iris solo material  decorativo, aparecía de vez en cuando daba la cara y se le notaba que su sonrisa ya no era luminosa y su mirada nubosa, solo nos decía la pena que sentía al ver su negocio irse poco a poco en manos de alguien más, como esos sueños que pudieron ser grandes pero se volvieron tragedias, su marido decidía en todo, precios, fijados e incluso favores,  y se vio con gran tristeza que para ayudarnos el señor no se pintaba, era más su necesidad de dominar, de mandar y de sentirse más era lo importante para él y no las necesidades del barrio que era su cliente.

Siempre muchas prendas más bien caras se vendían, con tal de cebar su bolsillo, no el negocio, pero lo propio, suponemos, y cuando se le pedía rebaja, ponía cara de Dios no quiera, y luego de vernos con mirada de trueno, solo nos respondía que no había pisto y que no podía ayudarnos, que necesitaban pagar las deudas que se tenían y que en resumen no había cómo ayudarnos, aunque el cada mes aparecía con un sombrero nuevo. Pues sin ser muy vivos lueguito nos fijamos que solo a sus amigos y allegados les daba descuentos en incluso crédito, que solo los que andaban adulándolo conseguían el favor de ahorrarse un par de pesos o incluso chamba de dependientes.

Así fueron pasando los días, el negocio que se suponía manejaba Ñora Iris, cada día iba más poquito, menos gente llegaba y más aumentaban las deuda, más raquítico pues, como esos chuchos de la calle que se van chupando por el hambre, y como cada vez menos ventas, él siguiendo su agenda loca y ella solo de adorno, como siempre, aunque en teoría ella mandaba y era la gerente. Hasta que un buen día tuvo que cerrar por iliquidez, la economía ya no daba y los bancos cada día ‘pumpuniaban’ la puerta por su dinero o llamaban al celular, cuenta ella, que al final es lo mismo a todas horas y cada vez más amenazantes de llamar hordas de abogados para llevarse todo hasta su dignidad, de por sí ya lastimada.

El marido muy bien gracias, en vez de aceptar que por él la cosa no prosperó, que por su prepotencia y ansias de poder o dinero, por su machismo cabalgante, irracional y botudo, la tienda se hundió, más rápido que si usted tirara un diferencial de camión en el Ulúa y, simplemente, al ver que ya no iba a sacar nada más, que ya no llenaría más su matate, agarró sus tilinches y se fue con la flaca de la esquina una tarde caliente de verano, calladito y sin remordimientos.

Allí quedaron los sueños de Ñora Iris, atrás de las puertas cerradas de su otrora negocio, aunque sólo fuera de nombre. Allí se fueron sus ahorros, sus anhelos y hasta su orgullo, me atrevo a pensar. Entre las sombras y las telas de araña quedó la mujer emprendedora la luchona, que daba respeto por ser la primera mujer que se atrevía, por la promesa que eso daba, pero todos lo único que vimos fue el drama de siempre, la mujer engañada, la mujer sumisa  que calla aceptando las decisiones de su marido  mientras hundía  él su negocio y sin poder decir o hacer nada. Incluso allí quedaron nuestros sueños también, vimos con ojos bonitos que se abriera un negocio que pudiera ayudarnos, que pudiera vestirnos y nos permitiera ser felices aunque fuera un ratito al usar esa vieja mudada nueva, una alegría en esta pobreza que nos muerde y hacer como si estrenáramos de verdad, se nos prometió tanto, pero en cambio vimos cómo por su voluntad, o a la fuerza, fue otro el que agarró el negocio y pues, ya ven en lo que terminó; lástima, dijimos todos, ella era la luz, pero una vez más nos quedamos a oscuras como los apagones tan comunes, otra vez fregados y sin posibilidad de estrenar.

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