Sin reglas, ningún sistema diseñado por el hombre puede mantenerse en el tiempo. Y cuando decimos “diseñado por el hombre”, es porque en la naturaleza también existen leyes que siguen un patrón constante, salvo raras excepciones, como ocurre en la transmisión cromosómica de padres a hijos.
Un “error” genético altera los patrones físicos y fisiológicos de cualquier especie animal o vegetal. En una sociedad cualquiera, las reglas están hechas para vivir en armonía los unos con los otros; con los diversos, como decía Hannah Arendt.
Las reglas observadas al pie de la letra garantizan que nadie pueda aprovecharse del vecino, del socio, de las instituciones.
Más allá de eso, sirven como basamento de las relaciones de todo tipo; desde las comunitarias, hasta las amistosas, pasando por la familia y el centro de trabajo.
Para conducir un coche, un aparato denominado “semáforo” nos indica, con señales de colores, lo que nos es permitido, lo prohibido y las alertas.
Sin reglas no existiría la libertad. Imaginemos un mundo sin semáforos o sin los símbolos a la entrada de los baños. O imaginemos un medicamento sin indicaciones.
Todo sería un caos. Las leyes y reglamentos existen precisamente para que podamos vivir ordenados, en tranquilidad y en libertad.
Las reglas están hechas para que hacer lo que queramos, menos aquellas cosas que legalmente nos son prohibidas. Somos libres para votar por un candidato cualquiera; amasar una fortuna; practicar una preferencia sexual, o ir a misa los domingos.
Todo eso nos es autorizado, con la condición absoluta de que no afectemos a nadie o que impongamos nuestras ideas o costumbres a otros por la fuerza.
Si no existiesen las reglas y las leyes, usted y yo nos veríamos ante el peligro de que alguien –un ladrón o un ciberestafador, o el mismo Estado– pudiese violentar nuestros derechos.
Para garantizar la protección sobre nuestras vidas, propiedades y derechos más fundamentales, es que se ha instituido un gobierno.
Todo gobierno es una institución que debe velar por los derechos y la seguridad de los ciudadanos ¡esa es su única razón de ser! Hemos cedido nuestros impulsos irracionales a un gobierno a cambio de garantizarnos, mediante su interposición y vigilancia, que todos podamos movernos sin temores ni valladares represivos.
Si alguien comete un delito contra cualquiera, entonces, el gobierno, mediante sus órganos especializados, la policía y los tribunales, sabrá sancionar a los infractores.
Eso se llama garantía en la aplicación de la justicia. Sin embargo, si en lugar de garantizar esos de rechos, es el gobierno quien rompe las leyes; si sus funcionarios se corrompen, o los jueces se inclinan por los poderosos, afectando a los más humildes, entonces decimos que ese gobierno es el violador de nuestra libertad y nuestros derechos.
Si la delincuencia incontrolable nos impide vivir en paz o nos obliga a defendernos como podamos, ya no estamos bajo la protección de un gobierno, sino de una caterva dedicada al pillaje político.
Desde ese momento se rompe el contrato prescrito en la constitución. Quienes administren un gobierno de tal naturaleza deben salir urgentemente del poder por las vías legales que fuesen, o por el derecho que asiste a los ciudadanos de ejercer presión para reemplazarlo por otro que garantice nuestra libertad.