Romper el círculo está en boca de todos, todo el mundo habla de la última película de Blake Lively basada en la novela de una famosa escritora. Yo la súper recomiendo, no solo por las grandes actuaciones, porque esté ambientada en Boston y los paisajes que se dejan ver son espectaculares, o porque está de moda y así tendremos de qué platicar en nuestra próxima reunión con amigos, sino porque los mensajes que deja, de verdad lo dejan a uno pensando, mucho.
Uno de esos mensajes queda muy claro y va dirigido directamente a las mujeres, a todas, las de todas las edades, estatus sociales, razas, culturas y demás, mujeres. Y el mensaje trata de que necesitamos trabajar en nosotras mismas cuando somos conscientes de venir de hogares disfuncionales que nos han dejado algún trauma. Necesitamos hacerlo para evitar llegar con miedos, prejuicios o ingenuidad a nuestras propias relaciones de pareja, cuando estemos pensando en formar nuestra propia familia. Si hacemos esto, podremos identificar con mayor claridad a un maltratador, mucho antes de involucrarnos con él, seguramente optaremos por dejarlo pasar de largo y nos ahorraremos, por lo tanto, muchísimos disgustos.
Otro mensaje explícito en la película va dirigido a los hombres y va más o menos de lo mismo; reconocer qué cosas vividas en la casa familiar les han dejado algún trastorno que luego explotará en sus relaciones de pareja destruyéndolas antes de que comiencen, valiéndoles el desprecio de las personas alrededor y haciéndoles sentir como monstruos.
Pero hay otras cosas implícitas en la producción cinematográfica y no pareciera que todos se hayan dado cuenta. La madre de la protagonista sufrió maltrato físico y psicológico de parte de su esposo y padre de su hija, al cuestionarla sobre la razón que tuvo para soportar aquello, la señora solo supo responder “porque lo amaba”. Pero eso no es cierto y aquí es donde entra la tercera enseñanza de Romper el círculo. Cuando uno ama a alguien de verdad, de manera genuina y sana, no permite que esa persona amada se convierta en un “monstruo”. Y eso fue exactamente lo que hizo el personaje interpretado por Amy Morton, al permitir todo lo que permitió impidió que su hija pudiera desarrollar algún cariño por su padre lo cual se transformó en otros desórdenes mentales en ella misma.
Y todavía podemos encontrar otras enseñanzas más en la conmovedora historia, como, por ejemplo, lo que estamos haciendo bien y lo que no a la hora de criar a nuestras niñas y a nuestros niños. En la pantalla grande podemos apreciar en lo que se pueden convertir los unos y los otros a menos que nosotros, los adultos, hagamos algo al respecto. A menos que nosotros mismos comencemos a romper el círculo.