Desde la detonación de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki hace casi 80 años, la humanidad ha vivido bajo la sombra de la amenaza nuclear.
Sin embargo, en el contexto actual de tensiones geopolíticas crecientes, discursos militaristas y avances tecnológicos, el riesgo de una guerra nuclear vuelve a estar más presente que nunca.
Según estimaciones actuales, existen aproximadamente 13,000 armas nucleares en el mundo, de las cuales el 90 % están en manos de Rusia y Estados Unidos.
El resto está distribuido entre China, Francia, Reino Unido, Pakistán, India, Corea del Norte e Israel.
Este arsenal posee un potencial destructivo tan elevado que una sola detonación estratégica bastaría para alterar irreversiblemente la vida en una región entera.
El impacto inmediato: millones de muertes y colapso sanitario
Una explosión nuclear causaría de inmediato cientos de miles o millones de muertes por el calor extremo, la onda expansiva y la radiación ionizante aguda.
Los sobrevivientes enfrentarían heridas graves, quemaduras, hemorragias incontrolables e infecciones letales por daño a la médula ósea, sin acceso a atención médica.
En Hiroshima, el 90 % del personal sanitario murió al instante; en Nagasaki, fue el 43 %.
Además del horror humano, la destrucción total de hospitales, carreteras y redes de telecomunicaciones impediría la llegada de ayuda.
La escasez de suministros médicos, refugios seguros y personal capacitado haría que incluso los esfuerzos humanitarios más avanzados resultaran insuficientes.
Efectos prolongados: radiación, hambruna y migración masiva
El desastre no terminaría con la explosión. La contaminación radiactiva de tierras fértiles y fuentes de agua potable podría causar enfermedades crónicas, mutaciones genéticas y elevar la incidencia de cánceres y defectos congénitos por generaciones.
Además, el colapso de cadenas de suministro globales provocaría crisis alimentarias masivas y desnutrición, especialmente en regiones vulnerables.
Los escenarios de conflicto también contemplan ataques a centrales nucleares, como ocurrió accidentalmente en Chernóbil y Fukushima, con consecuencias ambientales y sociales que persisten décadas después.
Un conflicto nuclear desencadenaría además una crisis migratoria sin precedentes, con millones de personas desplazadas en busca de alimento, refugio y atención médica.
La falta de higiene, medicamentos y saneamiento en los campos de refugiados podría desatar brotes epidémicos y hasta nuevas pandemias.
Preparación médica: la gran deuda del siglo XXI
Pese a estos riesgos, la preparación médica para emergencias nucleares sigue siendo escasa o inadecuada.
Tras la pandemia de COVID-19, la atención sanitaria se ha centrado en enfermedades agudas y crónicas, dejando de lado los escenarios catastróficos.
La OMS ha instado a actualizar protocolos y sistemas de respuesta ante nuevas amenazas, incluyendo las de carácter nuclear, biológico y químico.
Los criterios éticos para el acceso a refugios antinucleares, el triaje en contextos extremos y la distribución de medicamentos escasos también representan enormes desafíos para los sistemas sanitarios y los gobiernos del mundo.
Un llamado a la cooperación y al desarme
La magnitud de una catástrofe nuclear hace inviable una respuesta unilateral. Se necesitaría una cooperación internacional sin precedentes para coordinar ayuda humanitaria, reconstrucción y control de daños ambientales.
Las naciones no afectadas directamente por una guerra nuclear también deberán participar en la mitigación de sus consecuencias globales.
Mientras tanto, la comunidad científica y médica tiene el deber de generar conciencia sobre los efectos devastadores de las armas nucleares y presionar a los líderes mundiales para fortalecer los tratados de desarme y no proliferación.
Un nuevo orden o el fin de la civilización
En un mundo posnuclear, muchas zonas quedarían inhabitables y el acceso a recursos naturales sería más escaso que en cualquier etapa previa de la humanidad.
Las estructuras sociales, políticas y económicas podrían colapsar, dando paso a un nuevo orden mundial marcado por la escasez, la inseguridad y la anarquía.
Evitar ese futuro catastrófico es una responsabilidad compartida. La paz no puede depender del equilibrio del miedo, sino de la voluntad política global para erradicar definitivamente el uso y la amenaza de armas nucleares.
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