Lastimosamente, no existe una teoría que nos ayude a frenar el odioso autoritarismo que se ha puesto de moda en América Latina, especialmente en los países más pobres del continente. Ni desde la academia ni de las organizaciones de la sociedad civil contamos con una guía sintomática, un compendio persuasivo que advierta sobre ese cáncer que está infectando nuestras sociedades, ahí donde el Estado y la economía hacen aguas y las élites tradicionales comienzan a mostrar signos de decadencia moral.
Pecaríamos de necios solicitar a los académicos del continente una reflexión esclarecedora que desvele las amenazas que se ciernen sobre la democracia, dado el tipo de pensamiento que prevalece en los entornos universitarios de la región, especialmente en los de carácter público, donde prima una tendencia generalizada de ver en los regímenes autoritarios, principalmente en los que enarbolan el estandarte de la izquierda, una incuestionable representación del progresismo moralista y liberador, como si se tratara de un retoñar ideológico. Esta tergiversación de la realidad tiene un impacto profundo en la comprensión de los nuevos tiempos.
Sin un análisis político que advierta sobre el peligro autoritario, señoríos personales y caudillos de nuevo cuño se han apoderado del Estado en diversos países del continente, amenazando con conciliar una suerte de liga de regímenes autocráticos, cuyo objetivo es formar parte de un nuevo orden internacional liderado por China y Rusia.
Hay dos palabras que pueden explicar el ascenso del autoritarismo en América Latina: displicencia de la sociedad civil y oportunismo de las élites y gremios tradicionales que actúan como plataformas de acceso al poder a cambio de privilegios personales. ¿Quién empujó a Daniel Ortega hacia el poder? ¿Quién aplaudió el contorsionismo seudorevolucionario de Chávez? Los mismos que creyeron que simplemente se trataba de animales políticos domesticados. Pero, una vez llegados al gobierno, los autócratas, pisando el terreno del totalitarismo, comenzaron a deshacerse de aquellos que les sirvieron de escaleras para llegar a la cima. De esta manera, los medios de comunicación opositores tienen que operar fuera de su país, mientras el excesivo intervencionismo gubernamental obliga a los empresarios a limitar la producción o a cerrar operaciones. A esas alturas del partido, los partidos políticos conservadores ya son historia: la democracia se cae a pedazos.
Es necesario, pues, que hagamos un ejercicio de deliberación socrática en aquellos lugares donde el autoritarismo ha dado pasos de animal grande, pero que aún no se consolida, como en Honduras, desde luego. En otras palabras, necesitamos construir una nueva y verdadera democracia a partir de una rebelión ética y de una inédita fuerza de actores y líderes que no esperan sacar ganancias de esa cruzada salvadora. Se necesitan tanques de pensamiento que sean faro reflexivo en medio de la lobreguez autoritaria; medios de comunicación alternativos que aprovechen los espacios digitales para educar en lo político y para difundir el espíritu de unidad patriótica. Se necesita una nueva coalición moral, sin ideologías fijas, que alberge a los excluidos del sistema sin distingos de credos, razas o procedencia de clase: se necesita construir ciudadanía que no vemos por ningún lado.
Combatir el autoritarismo y construir democracias no es, de manera alguna, tarea fácil; al contrario: tiene un costo doloroso, pero la historia nos exige emprender acciones inmediatas antes de que sea demasiado tarde.