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sábado, mayo 3, 2025

Ladrón que gobierna, repite

En cualquier país con un mínimo de dignidad, un delincuente confeso, un prófugo de la justicia y un político acusado de corrupción serían desterrados de la vida pública. En Honduras, no solo son recibidos como héroes, sino que tienen el descaro de postularse nuevamente para dirigir el país. Yani Rosenthal, después de cumplir condena en Estados Unidos por lavar dinero del narcotráfico, regresó para ser candidato presidencial en 2021.

Rodolfo Padilla Sunseri, prófugo de la justicia por corrupción, vuelve para buscar la alcaldía de San Pedro Sula. David Chávez, acusado de desfalco en el INFOP y exiliado para evadir la justicia, ha regresado con aspiraciones políticas intactas.

¿En qué clase de país pueden ocurrir semejantes aberraciones? En Honduras, el crimen no solo paga, sino que además te da oportunidades para gobernar. Los partidos políticos se han convertido en refugios para la impunidad, reciclando a los mismos personajes que han hundido al país en el caos. Los corruptos no temen a la justicia porque saben que aquí la memoria es corta y la indignación es efímera.

Saben que pueden volver con discursos de víctima, lavarse la cara con estrategias de comunicación y presentarse nuevamente como opciones viables. Y lo peor: saben que la gente votará por ellos. La corrupción en Honduras no es un problema aislado de ciertos funcionarios, es un sistema diseñado para blindar a los criminales de cuello blanco.

Aquí, las instituciones judiciales no persiguen a los corruptos, los protegen. Los fiscales miran hacia otro lado. Las cortes se llenan de tecnicismos para alargar los procesos hasta que los delitos prescriben. Y cuando un corrupto regresa después de un exilio forzado, lo hacen con toda la maquinaria partidaria lista para limpiar su imagen y devolverlo al poder.

Yani Rosenthal lavó dinero del narcotráfico, se declaró culpable en una corte estadounidense y pagó su condena. No es una acusación infundada. No es persecución política. Es un hecho probado y sentenciado. Sin embargo, en 2021 fue candidato presidencial. ¿Cómo puede un país en guerra contra el narcotráfico poner en la boleta electoral a alguien que facilitó las operaciones de un cartel?

En cualquier otra nación decente, Rosenthal no podría ni aspirar a un puesto de síndico en una aldea, pero en Honduras llegó a las urnas con apoyo político y miles de votos. Por otro lado, Rodolfo Padilla Sunseri pasó años prófugo de la justicia. Se le acusó de corrupción durante su gestión como alcalde de San Pedro Sula, y cuando la situación se tornó insostenible, simplemente desapareció.

Ahora regresa y, sin un ápice de vergüenza, busca nuevamente dirigir la ciudad. Y finalmente, David Chávez, quien ha sido señalado en múltiples escándalos de corrupción y cuyo historial político está manchado por el desfalco de millones de lempiras en el INFOP.

Su autoexilio fue una estrategia más para evitar rendir cuentas. Pero ahora ha vuelto y pretende continuar su carrera política como si nada. Y lo más indignante es que lo logrará, porque en Honduras ser corrupto no es un obstáculo, es un trampolín.

¿Qué tipo de sociedad permite semejante burla? ¿Dónde quedó la mínima exigencia de integridad? La tragedia no es que estos personajes tengan la osadía de postularse. La tragedia es que hay miles de hondureños dispuestos a votar por ellos.

Que en el imaginario político del país, el delito no descalifica. Que ser un corrupto convicto no es un problema, sino un pequeño inconveniente a superar con una buena estrategia de marketing. La normalización de la corrupción ha llegado al punto en el que estos delincuentes pueden postularse a cargos públicos sin que haya un escándalo nacional, sin que haya un rechazo masivo, sin que se sientan avergonzados.

Y lo peor: con posibilidades reales de ganar. Honduras está atrapada en un círculo vicioso donde la corrupción se recicla cada cuatro años. Los mismos rostros, los mismos apellidos, los mismos crímenes, pero con nuevas campañas y nuevos discursos.

No habrá reforma electoral que salve al país si los votantes no entienden que cada vez que eligen a un corrupto, están condenando al país a seguir hundido en la miseria. Cada vez que un político con antecedentes de corrupción vuelve al poder, el mensaje que se envía es que el saqueo del país no tiene consecuencias.

Si un criminal puede ser presidente, alcalde o diputado después de haber sido condenado o señalado, ¿qué freno existe para que los nuevos políticos no sigan el mismo camino? ¿Cómo se espera que la nueva generación de líderes sea honesta si los corruptos son los modelos de éxito en la política hondureña? La política hondureña está podrida porque los votantes han permitido que lo esté.

Yani Rosenthal no debió haber sido candidato presidencial. Rodolfo Padilla Sunseri no debería poder aspirar a la alcaldía. David Chávez no debería regresar con aspiraciones políticas. Pero aquí estamos, viendo cómo la impunidad se recicla una y otra vez. Si Honduras quiere salvarse del abismo en el que está, los corruptos deben ser erradicados de la política, no reelegidos en ella.

Porque mientras sigamos permitiendo que criminales y prófugos de la justicia nos gobiernen, este país no tendrá salvación. Y cuando el próximo corrupto vuelva del exilio a pedir el voto, la pregunta no es si se atreverá a hacerlo, sino si nosotros volveremos a ser lo suficientemente estúpidos como para dárselo.

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