León, Guanajuato.- Minutos antes de saltar a la cancha del estadio Nou Camp, James Rodríguez se detiene frente a una figura poco común en los túneles del fútbol profesional: un sacerdote de sotana blanca y estola morada, con una botella plástica en la mano.
“Padre, la bendición”, le dice James. “Te bendigo, hijo. Que hagas dos o tres goles, o los pases de gol, y que no te lesiones”, responde el padre Roberto, el director técnico espiritual del Club León.
Desde hace siete años, el padre Roberto acompaña a los Esmeraldas no solo en la cancha, sino también en el alma.
Su tarea es doble: bendecir el pasto y a los jugadores, y elevar la fe del equipo con oraciones, salmos, y una fe inquebrantable en que el balón también puede rodar con ayuda divina.
La llegada de James al León ha sido, para muchos, un regalo del cielo. Pero para el padre, ha sido una confirmación de que su misión va más allá de lo simbólico.
“James es humilde, carismático, sencillo. Aquí la gente lo quiere a morir. Llena los estadios y avivó a la afición del Club León”, dice con orgullo el sacerdote, quien vio coronarse al equipo campeón y hoy sueña con repetir ese milagro.

Cada día de partido, el padre sale de su parroquia —Nuestra Señora de Czestochowa, a pocas cuadras del estadio— con su “arma secreta”: una botellita de agua bendita que rocía sobre el césped mientras reza.
“Que la Virgen María los mire con mirada de madre y los lleve en su regazo”, murmura mientras bendice el terreno sagrado donde James, con su zurda celestial, buscará el gol.
Antes del pitazo inicial, los jugadores se acercan para recibir palabras de aliento o incluso un Padrenuestro.
“El Señor cuidará su rebaño, el Señor los va a proteger”, les dice el padre. Algunos lo buscan también fuera del estadio: para confesar preocupaciones, pedir consejo, o simplemente recibir una palabra de fe.
Porque el trabajo de Roberto no se limita al fútbol; también bautiza a hijos de jugadores, bendice hogares y escucha silenciosamente sus batallas internas.
Cuando James marca, el gesto es inconfundible: señala al cielo, como quien le agradece directamente a Dios por la zurda que le fue dada. Afuera, el padre grita el gol como si fuera un salmo. Está convencido de que su intervención tiene algo que ver.
La conexión entre ambos es tan espiritual como futbolera. “¿Vamos, James?”, grita el sacerdote desde la línea de banda.
“¿A dónde vamos, padre?”, responde el colombiano, con una sonrisa cómplice. “¡A ganar, James, hoy ganamos porque ganamos!”, le responde con fe ciega.
Pero no siempre hay victoria. Cuando León pierde o James no brilla, la afición no perdona: “¡Padre, hágales un exorcismo!”.
El sacerdote se ríe, porque sabe que su rol es parte del alma del equipo, un amuleto viviente para una hinchada profundamente creyente.
Incluso los fans le piden que “le eche más agua bendita a la cancha”, como si esa fuera la clave del marcador.
Ahora, en plena Semana Santa y con el León jugándose el pase a la liguilla frente a Monterrey, el padre tiene claro que su jornada dominical incluirá dos misiones sagradas: atender a sus feligreses en la parroquia, y bendecir a sus feligreses del balón en el Nou Camp.
Está convencido de que con James, el León tiene “un 90% de posibilidades de ser campeón”. Y si lo dice el padre, quizá sea palabra santa.
—¿Y la zurda de James, padre?
—Es una zurda bendita —responde sin dudar—. Con ese toque, esa visión… como si Dios mismo le pidiera el pase y James no pudiera fallarle.
Así juega el León. Así reza su hinchada. Y así bendice su pastor. Porque en esta ciudad, la fe y el fútbol corren por la misma cancha.