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miércoles, marzo 19, 2025

La misma mentira

Las elecciones primarias en Honduras se acercan y con ellas la farsa de la democracia. Los mismos rostros, las mismas promesas vacías, la misma podredumbre. No hay esperanza, no hay cambio, solo una lista de candidatos que representan lo peor de la política hondureña.

¿Cómo se elige cuando todas las opciones son basura? En este país, la política se ha convertido en una competencia de cinismo e impunidad, donde los peores son los que aspiran a gobernar y los ciudadanos están atrapados en una pesadilla que se repite cada cuatro años. El panorama en Libre es patético.

Rixi Moncada, actual ministra de Defensa, es una imposición que no busca otra cosa que perpetuar la influencia del partido en el aparato estatal. No tiene experiencia real en liderazgo, no tiene credenciales para dirigir un país y su candidatura es un abuso de poder disfrazado de “continuidad”. Es la candidata de la manipulación, de la sumisión y de la lealtad ciega a una cúpula corrupta.

Rasel Tomé no es mejor. Condenado por abuso de autoridad, señalado en la Lista Engel por corrupción y apropiación indebida de fondos, un personaje que debería estar desterrado de la vida pública, pero que en Honduras sigue participando sin vergüenza alguna. Su historial es el de un político que se ha servido del Estado para enriquecerse y que ahora tiene el descaro de pedir el voto con una sonrisa cínica en la cara.

En el Partido Liberal, el desastre es igual de evidente. Maribel Espinoza se vende como una opción fresca, y aunque no tiene escándalos notorios, no representa más que la misma tibieza y mediocridad que han hundido al liberalismo en la irrelevancia y crisis.

Jorge Cálix, por otro lado, es la prueba viviente de que la traición es la norma en la política hondureña. Su intento de dividir Libre con el apoyo del Partido Nacional fue un acto de oportunismo grotesco, y, además, está acusado de inflar sus votos para el Congreso. ¿Cómo puede alguien confiar en un tipo que juega con la democracia como si fuera un negocio personal?

Luego está Salvador Nasralla, el “eterno candidato”, el hombre que cambia de partido como quien cambia de ropa, un político inestable, inconstante y bipolar, incapaz de sostener una postura firme por más de una semana. Su historial de saltos entre partidos y sus constantes contradicciones lo convierten en el peor ejemplo de liderazgo.

Y si de personajes oscuros se trata, Luis Zelaya se lleva la corona. El supuesto paladín de la moral y la transparencia, que en su vida privada demostró ser un depredador de los bienes de su propia madre. ¿Cómo se puede confiar en alguien que ni siquiera respetó a su propia familia?

El Partido Nacional es un chiste macabro. Ana García, esposa del narcotraficante más grande que ha gobernado Honduras, quiere hacernos creer que no tiene nada que ver con los crímenes de Juan Orlando Hernández. Es la cara del cinismo absoluto, el símbolo de una casta política que se niega a desaparecer y que no tiene el más mínimo pudor en seguir gobernando con las mismas redes de corrupción y narcotráfico.

Su candidatura es una afrenta a la memoria de los miles de hondureños que han muerto en la guerra del narco que su esposo promovió.

Nasry Asfura, por su parte, es un político con un prontuario de corrupción impresionante. Está señalado por malversar 29.4 millones de lempiras cuando era alcalde de Tegucigalpa, y su habilidad para evadir la justicia solo demuestra cuán podrido está el sistema. Este hombre no es más que un mercenario de la política, otro rostro reciclado que busca seguir exprimiendo al país hasta dejarlo en los huesos.

No hay opción. No hay esperanza. Todos los candidatos están manchados por la incompetencia, la corrupción o la traición. No se trata de ideologías, se trata de sentido común.

Nos han vendido la falsa idea de que votar es un deber sagrado, como si acudir a las urnas por inercia, sin importar las opciones, fuera suficiente para construir un país mejor. Pero, ¿de qué sirve elegir cuando la boleta solo ofrece más de lo mismo? Elegir entre estos personajes es como decidir qué veneno tomar.

La democracia debería ser una herramienta para el cambio, pero en Honduras se ha convertido en un mecanismo de control donde los poderosos se turnan el saqueo, mientras el pueblo sobrevive con migajas. Cada quien tiene derecho a decidir, pero con sabiduría.

Lo único peor que un sistema podrido es un pueblo que lo acepta sin cuestionarlo. Si va a votar, hágalo con la certeza de que su elección no es producto de un chantaje emocional ni de una dádiva temporal.

No venda su voto por una bolsa de frijoles con piedras que se le va a acabar en menos de una semana. No elija a un candidato solo porque “es el menos malo”.

No elija a un criminal, a un inepto ni a un corrupto. Porque si seguimos eligiendo basura, Honduras seguirá siendo un basurero. Y cuando el país esté en llamas, cuando la impunidad siga reinando, cuando el hambre y la violencia nos sigan ahogando, no nos quedará más remedio que aceptar que no fue solo culpa de los políticos, sino de todos los que les dimos el poder. Nosotros mismos trajimos la gasolina y encendimos la mecha.

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