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viernes, abril 26, 2024

La institucionalidad

El pueblo ejerce su poder mediante sus representantes. Estos son empleados de aquel, no al revés, pero ni modo, eso solo es un lindo cuento de hadas que nunca se vuelve realidad en nuestra comarca. No obstante, hablemos un poco al respecto.

La democracia y el sistema republicano están íntimamente relacionados, tanto que a mí parecer uno no puede ser integral sin el otro. Para que el acto de elegir autoridades que representen a la población sirva de algo, o sea, que cumpla con las expectativas de los votantes, se debe entender que las instituciones creadas para alcanzar las metas y lograr los objetivos deben regirse por la ley, y que pertenecen a todos y no a la familia dominante o al partido oficial.

Los habitantes de un país, nacionales y extranjeros, de todas las edades, sexo y condición social, tienen miles de necesidades que deben ser satisfechas. Un caleidoscopio de infinidad de combinaciones que hacen la labor gubernamental sumamente complicada; pero para eso se crean las instituciones.

Las principales son los tres poderes del Estado, de los cuales se desprenden -en particular en el Ejecutivo- una interminable cantidad de secretarías de Estado, direcciones, jefaturas, unidades, divisiones y, en fin, toda la nomenclatura con la que se bautizan a cada una.

Estas tienen su razón específica de ser, como la más sencilla de las tuercas o el más humilde de los tornillos en un auto de carrera, hasta los componentes más complicados. Cada uno tiene su muy específica razón de ser.

En nuestra política aldeana sucede todo lo contrario que en una máquina bien aceitada y de última generación. Acá las instituciones son manoseadas. Los políticos y sus padrinos patrocinadores, hasta delincuentes y ni se diga los mismos empleados, las desfiguran, meten sus garras sucias y empiezan a prostituirlas. Transmutan en otra cosa muy alejada para lo que han sido creadas. Se vuelven incluso contra el pueblo.

Así pues, la historia es la misma Gobierno tras Gobierno, a lo largo de las décadas, por más de dos siglos.

La Corte Suprema de Justicia, que debería ser el muro donde toda ilegalidad se ataje, se destruya y se sancione, se convierte en un colador donde los más pudientes o los que tienen contactos salen bien librados, y solo quedan en el tamiz los pobres, los sin rostros, los mismos de siempre. Cuántas espantosas ilegalidades, con daños devastadores a la economía, no han realizado gente de altos vuelos, pero no hemos tenido el gusto de saborear la justicia y verlos procesados. Pero en el otro extremo, al que encuentran con un pucho de marihuana, va seis años, hasta quince a la cárcel.

El Poder Legislativo quizá es el que más tristeza nos da, porque es el cual da los espectáculos más denigrantes, con todos los colores, de lo que es la política en el país. Bancadas completas que se arrodillan ante el partido oficial, que se traicionan entre ellos, que cambian de parecer y terminan votando fuera de la línea partidaria, rompiendo pactos entre ellos, todo por lo mismo de siempre: prebenda, cohecho, corrupción, dinero. Allí se nota que la política no es el instrumento para conquistar metas y objetivos, sino para enriquecerse descaradamente a cambio de transar la ética, la moral, los principios.

En este recién espectáculo en el que se eligió a la Corte Suprema pudimos, nuevamente, constatar que es la realidad. Los poderes oscuros metieron sus manos y al final los magistrados que tenemos, ¡todos!, están empapados de colores políticos y los diputados solo fueron instrumentos de aquellos.

Y en lo que respecta al Poder Ejecutivo este nunca da un paso al futuro en ninguna de sus muchas obligaciones, y así tenemos educación, salud, trabajo, tecnología, seguridad social, etc., del tercer mundo. Es el culpable principal de endeudarnos cada vez más y hundirnos más profundo. Todas las entidades del Ejecutivo solo sirven para mantener a flote el aparato estatal, pero más que todo para “enchambar” a su gente y para manosear fondos.

Allí ve uno al máximo titular de turno, así como a sus ministros y demás funcionarios, pavoneándose como grandes señores, como si hubieran descubierto la cura contra el cáncer, el VIH, la idiotez humana y la pobreza. Los ve en la tele, los escucha en las radios, los lee en los periódicos con esa soberbia de “influencer”, pero son huecos y, al final de la jornada, el país sigue igual o incluso peor.

Mientras no se deje funcionar a las instituciones como la ley manda, nada podremos avanzar en nuestra amada Honduras.

Por Carlos Alvarenga, abogado

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