¿Se ha perdido la sensatez?, cuestionó alguien y otro le respondió: no, no se pierde lo que no se tiene. Así, con ese diálogo ilusorio de respuesta lapidaria puede resumirse lo que pasa en la patria en su 202 cumpleaños en el que, cosas de la vida y como siempre, pocos recuerdan el coincidente fusilamiento de su hijo insigne, además de Lempira y José Trinidad Cabañas, Francisco Morazán.
Sí, escasea el sentido común en la clase política de la matria (tierra de nacimiento y sentimiento), pues es casi nula la cordura en la búsqueda de un bien mayor en el cual quepamos todos y no se excluya a nadie, al contrario, hay inutilidad e incapacidad para lograr acuerdos o consensos para resolver los principales problemas que agobian y postran a Honduras.
Ha sido un trayecto tortuoso, casi deplorable, desde la emancipación de la corona española, más de dos siglos en los que, con raras excepciones -ante la mediocridad, que es regla-, hubo individuos que mostraron dotes de líderes o dirigentes virtuosos que, cuando les tocó, obraron con sensatez, algo que ahora parece escasa, casi rara.
Es evidente la carencia de la prudencia o la negación a la cordura, es decir, de buen juicio para decidir sobre lo que más convenga al colectivo nacional que somos más y no a grupos disonantes o discordantes que son los menos.
Somos esclavos de la insensatez, no verlo o darse cuenta de eso es ceguera o estupidez y eso preocupa cuando están en juego grandes procesos para los cuales conviene contar con mayores niveles de consenso.
Se hace necesario entonces, casi obligatorio, alimentar el debate que posibilite la pronta elección de los fiscales y demás funcionarios en el Tribunal Superior de Cuentas, Unidad de Política Limpia y Tribunal Supremo Electoral.
Además, requiere consensos la aprobación del Presupuesto General de la República, y la posibilidad -no planteada y menos discutida- de pactar un Acuerdo de Nación que, además de implicar grandes desafíos, es la oportunidad histórica para combatir la violencia, generar empleo, reducir la pobreza y proveer mejores servicios de educación y salud especialmente a quienes menos tienen.
Para eso es indispensable superar la crisis y enfocarse en tareas enormes y pendientes como reducir la desigualdad, que no es poca cosa y que requiere la total dedicación de nuestros dirigentes.
Con ese panorama que alebresta los ánimos de algunos, mientras que a otros seguramente les resbala, como en el caso de la dilatada escogencia de las nuevas autoridades del Ministerio Público, desde hace unos diez años, el editorial “Patria Boba”, de la revista colombiana “Semana”, concita todavía mi atención pues pareciera que lo de allá y de entonces es un calco o copia de lo que ahora ocurre aquí.
“No se trata de desconocer la realidad política, ni de minimizar los problemas, ni de acallar las diferencias, ni de ignorar la naturaleza de la condición humana, más aún en la política. Pero se podría mejorar en algo la calidad del debate público y detener su degradación progresiva”, planteaba el columnista.
Es una tarea que, proseguía, les corresponde a todos los ciudadanos pero que, en primer lugar, debe ser promovida por sus líderes.
“Se trata de volver a entender el valor de la institucionalidad, del interés público y de la ponderación, virtudes esenciales de quienes pretenden asumir las riendas del Estado”, fustigaba.
Ese pensador añadía, y coincido con él, que: “Los medios de comunicación no son ajenos a este debate. La dictadura del rating, la fascinación por las peleas y la falta de análisis y contexto no ayudan. Los políticos y funcionarios saben que nunca les van a faltar canales para difundir sus mensajes, en la medida en que sean más pendencieros y ruidosos. Los columnistas que mantienen un tono constructivo y que no se limitan a la reproducción de la banalidad, además de ser la minoría terminan opacados por los más altisonantes. La radio, la televisión y la prensa, no deben caer en la dialéctica maniqueísta que agudiza la polarización y la desconfianza y aleja la reconciliación. Para no hablar de Twitter, que más que el ágora moderna, se ha convertido en una trinchera de adjetivos y agendas ocultas”.
Vale destacar que esa excitativa bien intencionada, cosecha de un librepensador y buen constructor de ideas, se produjo después de una guerra de más de 50 años en que la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y el Estado se pusieron de acuerdo y firmaron la paz.
Todo eso pasó antes en otro lado, pero se repite aquí y ahora en un drama con similar escenario, pero con otros protagonistas, en otro cumpleaños en el que la patria de Lempira, Morazán y Cabañas se merece solo cosas buenas, pero que algunos de sus hijos además de convertirla en botín o despojo solo le han provisto situaciones malas.
Si allá en el sur enemigos acérrimos limaron asperezas después de matarse en medio siglo de guerra y se “pusieron vivos” y alcanzaron consensos para lograr la paz, ¿Por qué no hacer lo mismo también aquí en el centro de América?
Honduras tiene ante sí grandes oportunidades históricas para escribir una historia diferente, positiva y buena para todos y, sin olvidar su pasado, ni obviar su presente, construir un mejor futuro, en lugar de diluirse en resabios y disensos infecundos que nos terminen de arrastrar al despeñadero o de sucumbir en el abismo.