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jueves, marzo 28, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: Ultrasonido de una sociedad en desorden

Honduras es una sociedad desordenada. El desorden no se refleja únicamente en lo desbaratado que crecen los centros urbanos, sino también en la desobediencia a las normas de convivencia ciudadana, y la criminalidad cada vez más galopante.

Los sociólogos funcionalistas suelen llamar a este desorden bajo el término rimbombante de “Anomia”, es decir, una forma de entropía social donde las instituciones del Estado, incluyendo a la familia misma, entran en una etapa donde las conexiones de respeto, justicia y confianza dejan de funcionar. Nuestro sistema social entró en colapso desde hace muchos años, es decir, desde que volvimos a la vida democrática, después de largos años sometidos a las dictaduras militares y a los golpes de Estado. Luego todo se vino abajo cuando la política y el Estado se convirtieron en el mejor negocio para grupillos de poder, mientras las generaciones han aprendido a sobrevivir en un sistema donde las oportunidades son escasísimas.

Cuando el reparto de la justicia es blandengue; cuando desde el mismo poder se irrespetan los códigos, y la impunidad se convierte en una constante del paisaje nacional, entonces, cada persona y grupo organizado comienza a interpretar la ley a su manera; casi siempre con ventaja alevosa para el que impone su punto de vista, alegando que el derecho le asiste, aunque ese derecho violente la moral y la legalidad establecida. Los impuestos de guerra, las invasiones de tierras, los desmadres institucionales, la violencia en el futbol, entre miles de casos, nacen de la podredumbre normativa.

Debemos decirlo: si el individuo percibe que la absolución a favor de los malhechores se vuelve una constante, si la corrupción se institucionaliza y se petrifica en el Estado -incluyendo a los poderes-, entonces, lo único que podemos esperar es que los ciudadanos rompan el pacto social y diseñen sus propias reglas de entendimiento justiciero. Si el sistema de justicia envía las señales incorrectas, el receptor las interpreta a su manera. Al final de cuentas, las leyes no son más que símbolos de interacción cultural: pueden cambiarse cuando una sociedad así lo decida.

El problema de la violencia en Honduras es más grande de lo que se imaginan sus líderes políticos y policiales que, por cierto, viven resguardados en sus palacetes de seguridad especial, viendo la orgía de sangre a través de los noticieros televisados. Es un problema de difícil extirpación, cuyo origen radica en un bajo crecimiento económico, en un sistema educativo de cuarta categoría, y en un sistema de justicia corroído por la política.

Nada hará que disminuya la violencia, entretanto tengamos indicadores económicos miserables, al mismo tiempo que los delincuentes se apoderen de los espacios y establezcan sus propios códigos comunitarios. Entonces, habrá que construir más cárceles de “extrema seguridad” para hospedar la riada de pillos de toda especie que proviene de un sistema social cada vez más empobrecedor y excluyente. O hacer populismo a lo Bukele, que mete el montón de mareros en la cárceles, mientras la gente le aplaude como a payaso de circo, creyendo que esa es la única manera de acabar con la delincuencia y el desorden.

Por: Héctor A. Martínez (sociólogo)

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