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sábado, abril 20, 2024

EL UNICORNIO IDEOLÓGICO: ¿Mejor divididos?

Hector A. Martínez
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En América Latina estamos más divididos que nunca. Ni siquiera durante los terribles años de la Guerra Fría nos habíamos enfrascado en tantos líos como hoy en día.

La división que generan las ideologías y la política es una cosa normal en cualquier parte del planeta, aunque -advertimos-, una situación mal manejada puede devenir en conflictos si no existen los liderazgos capaces de llamar a la concordia y a los acuerdos entre las partes. Lo peor que podría suceder es que esos mismos liderazgos convoquen a la malquerencia y promuevan la exacerbación entre la población civil.

Las discrepancias políticas e ideológicas son irremediables en cualquier sociedad. De hecho, en eso consiste la política como arte: en ligar la pluralidad con los propósitos de quien gobierna. Un gobierno que ignora esta consideración apuesta a la opresión como salida política, porque se siente incapacitado para conjuntar las diferencias y proclamar la unidad nacional en medio de la anarquía.

Cuando los líderes de una nación se empecinan en señalar consuetudinariamente a “los otros” como los transgresores de cualquier aberración del pasado, el resultado es que sus prosélitos aceptan entusiastas, que el discurso inculpador, por provenir de alguien escogido para llevar las riendas de un gobierno o un partido, está exento de la impugnación y los reparos, a causa del destello moral que le inviste. Nada más alejado de la realidad.

La gente llega a creer que cuando sus líderes lanzan un discurso que promueve la división es porque la razón histórica les asiste. Y hasta los siguen y les dan “likes” en Twitter;
o mejor aún: enarbolan lo proferido como si fuesen palabras sacrosantas. Las hacen suyas y las utilizan contra los “enemigos” reales e imaginarios. Los ciudadanos alemanes llegaron a odiar tanto a los judíos sin saber exactamente las causas. No veían en las arbitrariedades de las SS mal alguno, porque creían con fe en las arengas del “Führer” que consagraba los tiempos de una nueva era de bienestar y prosperidad.

Hoy en día, vemos que esos horripilantes engendros ideológicos vuelven por sus fueros, recargados para pulverizar a quien se oponga a sus designios; verbigracia: los vecinos centroamericanos.

Nunca en nuestro país nos habíamos odiado tanto por cuestiones políticas. No como hoy. Solo es de prestar atención a los noticiarios y las redes sociales para darse cuenta de ello. Sucede que hasta en los foros televisados -pese a la buena intención de los moderadores-, en lugar de promover la cohabitación de las discrepancias, se induce a resaltar la enemistad y a emponzoñar heridas que creíamos sanadas. Somos testigos de cómo el uso desmedido de las consignas descalificadoras utilizadas en el 2009 ha comenzado a hacer su trabajo fraccionador, día tras día, sin que nadie note el material inflamable que se acumula en el espíritu nacional.

Cuando acudimos a las urnas en el 2021 la gente votó ilusionada por los cambios.

¿Por cuáles cambios? Los institucionales, los que, inocente pero legítimamente los ciudadanos pedían a gritos para restaurar la moral perdida. Según los votantes, las cosas estaban dadas para convocar a una integración general, donde cada uno esperaba poner su ladrillo en la edificación de una sociedad más próspera, liberada de los males del pasado. Pero, mientras la gente espera una cosa, la agenda política dice otra. Se han desestimado las esperanzas de aquellos que confiaron que con su voto, los malos tiempos empezarían a quedar atrás, a pesar de las diferencias ideológicas, las militancias partidistas y, desde luego, las posiciones de clase.

Creo que las cosas se están yendo por el camino equivocado, pese a la buena intención del gobierno de rectificar los desaciertos del pasado. Pero no se lograrán los objetivos nacionales con resentimientos ni echando mano de tácticas diseñadas irresponsablemente por ideólogos desfasados, quienes aprovechando el acceso al palacio presidencial, proponen que la lucha de clases es el único motor de la historia.

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