34.2 C
Honduras
sábado, mayo 11, 2024

El perro y los cínicos

Con una breve observación cotidiana de la forma o manera en que se conducen o comportan algunas personas, a uno no le queda más que resumir o concluir que, al igual que antes y como siempre, la desfachatez, la desvergüenza y la falta de escrúpulos es moda, casi hábito, ciertamente regla y nunca excepción.

Casi en todas partes pululan los cínicos, los inescrupulosos se ven por todos lados al igual que los incoherentes entre lo que piensan, dicen y hacen, y así es difícil tener certidumbre, esperanza y menos bienestar.

La palabra cinismo describe a quien actúa con falsedad o desvergüenza descaradas, según la Real Academia de la Lengua. Aunque también califica a alguien impúdico y procaz, desvergonzado y atrevido, y esos calificativos se acercan más al significado del término adoptado para nombrar ese movimiento filosófico de la Antigua Grecia.

El origen de ese adjetivo quizás sorprenda: se deriva de kynes que significa “perro”.

Uno de los cínicos más famosos que registra la historia fue Diógenes de Sinope o “Diógenes El Perro”, de hecho se le considera el primero aunque el fundador de la escuela cínica fue su maestro, el filósofo ateniense Antístenes, discípulo de Sócrates, pero fue Platón, el maestro de su maestro Aristóteles, quien lo describió como un “Sócrates delirante”; abundan anécdotas sobre las excentricidades de ese filósofo que vivía como un vagabundo en las calles en donde expresaba sus pensamientos entre bromas e ironía.

Varios escritos indican que este cínico griego aseguraba ser más feliz, justo y valiente que cualquier rey, y Alejandro Magno que ya era rey, lo buscó y lo encontró tumbado al sol, y cuando le preguntó a Diógenes: ¿Hay algo que pueda concederte?”, el filósofo le respondió: “Puedes hacerte a un lado y dejar de bloquear la luz”.

Según la versión de esta anécdota narrada por Plutarco, Alejandro quedó impresionado y admiró tanto su altivez y grandeza que le dijo a sus seguidores: “Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes”.

El pintor y escultor francés Jean-Léon Gérôme (1860) lo retrata en su cuadro “Diógenes sentado en su barril”, y da una visión del comportamiento inusual de este pensador existencial.

Había nacido a finales del siglo V a.C. y fue desterrado de su nativa Sinope, una ciudad turca del Mar Negro, por una supuesta falsificación de monedas. Despojado de todos sus bienes y de su ciudadanía, se fue a vagar a Grecia viviendo de acuerdo a su creencia de que las convenciones sociales impedían la libertad personal y dificultaban el camino hacia la buena vida.

Para él, la riqueza, el privilegio y el poder -indicios de “éxito”- debían ser despreciados en lugar de admirados pues la vida sólo requería satisfacer las necesidades más básicas como techo y comida en vez de buscar fama y fortuna.

De esa manera Diógenes hizo de las calles su hogar, dormía a la intemperie, a veces en un barril, comía lo que la naturaleza (o las buenas almas) le daban, y hacía todas sus necesidades en público sin un ápice de vergüenza. Todas. Cuando un día lo reprendieron por masturbarse en el Ágora o plaza pública replicó: “¡Ojalá el hambre se aliviara tan fácilmente con sólo frotarse el vientre!”

A alguien que preguntó cuándo se debía almorzar, le dijo: “Si es rico, cuando quiera; si es pobre, cuando pueda”. Para explicar por qué la gente les daba limosna a los mendigos, pero no a los filósofos, señaló: “Porque la gente espera que se volverá coja o ciega, pero nunca que se convertirá en filósofa”.

Aunque vivía en la pobreza, insistía en que no todos debían vivir como él, sino que quería mostrar que la felicidad y la independencia eran posibles incluso en circunstancias reducidas.

Aunque dejó poco o nada escrito, convencido de que la virtud se revelaba a través de la acción más que de la teoría, sus ideas filosóficas sobrevivieron gracias a lo reportado por autores que las recogieron en obras como “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” de Diógenes Laercio (siglo III d.C.).

Se considera que los cuatro pilares de la escuela cínica de Diógenes eran:

  • la autosuficiencia, o la capacidad de poseer dentro de uno mismo todo lo que uno necesita para la felicidad;
  • la desvergüenza, o el desprecio por aquellas convenciones que prohíben acciones inofensivas;
  • la franqueza, o un celo intransigente por exponer el vicio y la presunción e incitar a los hombres a reformarse;
  • y la excelencia moral, obtenida mediante un entrenamiento metódico o ascetismo.

Fue por ese estilo de vida que lo empezaron a llamar Diógenes el Kynikós, que quiere decir “parecido a un perro” o “perruno”. Los perros eran un buen símbolo de su filosofía: vivían felices con poco, comían cualquier cosa y dormían donde podían.

Como ellos, dijo, “le meneo la cola a los que me dan algo, le ladro a los que no me dan nada y muerdo a los pícaros”. Además, “ladraba verdades”, sin temor ni favoritismo. No se limitaba a vivir según sus convicciones en silencio.

Diógenes por su cinismo se ganó el apodo de “El Perro”, mentado como insulto, pero que él recibía como halago. Eso sí, evidentemente, los cínicos ya no son como los de antes, en Grecia, los desvergonzados de aquí y ahora son peores, no filosofan, pero sí: “ladran y también muerden”.

- Publicidad -spot_img

Más en Opinión: