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lunes, febrero 10, 2025

Educar sin aprender

La educación en Honduras atraviesa un momento decisivo: o avanza hacia modelos más adaptados a los retos actuales, o arriesga quedarse anclada en una estructura rígida y obsoleta.

A pesar de las esperanzas que muchos depositan en tendencias globales como el aprendizaje personalizado y la integración de la inteligencia artificial, lo cierto es que nuestra realidad presenta dificultades que van más allá de la simple adopción de herramientas tecnológicas.

Si no se abordan de raíz los obstáculos, esas promesas de modernización y mejora podrían disolverse en buenas intenciones que nunca se concretan.

Una de las principales piedras de tropiezo es la formación y la resistencia del cuerpo docente.

No podemos soslayar que la mayoría de los maestros y profesores han sido capacitados bajo metodologías tradicionales y muchas veces no cuentan con las competencias técnicas para implementar con eficacia las nuevas tendencias.

La brecha digital no solo afecta a los alumnos en zonas con poca conectividad, sino también a docentes que nunca han tenido un acercamiento real a dispositivos y plataformas virtuales de enseñanza.

Ante la falta de programas de formación continua y asesoría especializada, la reacción lógica es el recelo hacia todo aquello que se percibe como una amenaza o, en el mejor de los casos, un cambio demasiado abrupto.

En muchos centros educativos, la falta de dominio de herramientas digitales, sumada al temor de ser “reemplazados” por la tecnología, provoca que un amplio sector docente prefiera aferrarse a los métodos de siempre.

Tampoco es sorprendente encontrar profesores que, al no recibir incentivos ni ver un plan sólido que respalde la incorporación de la IA o el aprendizaje personalizado, opten por priorizar su propia rutina de trabajo y su supervivencia laboral.

A ello se añade que los escasos proyectos de capacitación suelen realizarse de manera esporádica, sin acompañamiento posterior que permita reforzar la adopción de nuevas metodologías.

Así, la formación se vuelve un trámite burocrático que no genera un impacto real en el aula. La resistencia no es simple terquedad.

Viene de la incertidumbre y el estrés que supone integrar herramientas desconocidas en un entorno donde faltan equipos, mantenimiento y apoyo técnico.

El docente no solo debe planificar sus clases y mantener la disciplina en el aula, sino que además se enfrenta a la presión de aprender tecnologías por cuenta propia, lidiar con la lentitud de internet — cuando está disponible— y continuar rindiendo cuentas a una dirección educativa que, en ocasiones, tampoco domina el tema.

Este círculo vicioso genera desmotivación y un creciente escepticismo sobre la utilidad de las reformas tecnológicas, especialmente cuando no existe un plan integral que involucre a todos los actores de la cadena educativa.

Por otro lado, la falta de continuidad en las políticas públicas entorpece cualquier intento de transformación en la educación.

Con cada cambio de administración, surgen nuevas prioridades, se alteran programas y se pierden los proyectos anteriores sin realizarse un balance adecuado de sus logros o errores.

Esta inestabilidad golpea duro a las iniciativas de innovación. Cada vez que un grupo de funcionarios deja sus puestos, la capacitación, la compra de equipos o las alianzas estratégicas se estancan, y el esfuerzo invertido se diluye en la bruma de la burocracia.

El resultado es un sistema fracturado, incapaz de sostener a largo plazo los cambios que prometen las nuevas tecnologías.

Sumada a esa discontinuidad, se observa un enfoque cortoplacista que busca resultados inmediatos para exhibir logros políticos.

Sin embargo, la implementación de tendencias como el aprendizaje personalizado o la IA requiere procesos de prueba, ajustes permanentes y formación constante que no encajan con la lógica de las campañas electorales.

Cuando no hay un marco legal ni un financiamiento firme, los programas educativos tienden a convertirse en parches o planes piloto aislados, imposibles de escalar a todo el territorio nacional.

En este panorama, es evidente que la modernización educativa en Honduras no depende únicamente de importar herramientas digitales ni de imitar modelos externos.

El verdadero reto consiste en diseñar un sistema de formación docente robusto y sistemático, que se convierta en política de Estado y no en política de un gobierno de turno.

Asimismo, urge un compromiso serio para asegurar la continuidad de los proyectos a lo largo de varias administraciones, evitando que cada nuevo grupo de responsables reemplace lo anterior sin mayores explicaciones.

La promesa de la tecnología en la enseñanza se vuelve vacía si no se cuenta con maestros capacitados y motivados para aplicarla, o si cada cambio de dirección política elimina los avances logrados.

No es imposible superar estos retos, pero hacerlo implica un cambio radical en la forma en que concebimos la educación. Invertir en la capacitación real y continua de los docentes, garantizar la estabilidad de los programas y fomentar la cultura de la evaluación y la mejora permanente son pasos esenciales.

Solo entonces podrán estas tendencias convertirse en aliadas que, lejos de ser vistas como amenazas, fortalezcan la labor docente y aporten soluciones innovadoras a los desafíos de la educación en Honduras.

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