La corrupción en el Estado, por ejemplo, compras directas, mordidas y sobornos, debería de convertirse, a mi juicio, si no en una materia especializada, al menos en un análisis de casos de éxito del tipo Harvard Business Review.
No resulta fácil tener un panorama completo del funcionamiento de la corrupción. De hecho, en los sistemas políticos donde este cáncer se ha infiltrado, el rosario de escándalos que la prensa denuncia a diario rebasa la capacidad de investigadores y fiscales honestos, dada la complejidad organizacional de los negocios ilícitos.
En realidad, se trata de una estructura complejísima que incluye rutinas de toda especie, límites de decisión, flujos de trabajo, de información, que funciona de acuerdo a la teoría de sistemas con todas sus entradas, transacciones y la colocación porcentual de los beneficios, que serían las salidas del sistema, según dirían los informáticos.
Para entender este mercado clandestino, se necesita una especie de radiotrazadores para seguir el “tracking” de los procesos amañados, desde la logística hasta la puesta en marcha del servicio. Pretender encontrar el cabo y el rabo de un negocio malhabido en el Estado exige bucear en el océano arquitectónico de funciones, roles, cadenas de mando, metas y mecanismos de evaluación del desempeño. Una empresa nada fácil.
Es importante recordar que la ondulante configuración de los negocios perversos le permite acomodarse a las circunstancias ambientales cada vez más cambiantes, lo que exige una cultura donde prime la creatividad y el ingenio, competencias típicas de los pillos metidos a política, y que, en Honduras, hemos desarrollado a nivel de maestría. Nada dentro del sistema está ni debe estar escrito; todo se basa en capacidades estrictamente memorísticas que no admiten errores de recepción, procesamiento y entregas, para asegurar que cada participante reciba lo suyo, según su nivel de decisión en la cadena de valor. Por participantes –o “stakeholders” — entendemos a los funcionarios del nivel gerencial, mandos intermedios, activistas intermediarios, policías, líderes gremiales, bandidos, etcétera.
Cuatro elementos clave son importantes para entender el funcionamiento de este sistema que mantiene a los países en la extrema miseria. Uno: A pesar de que esta perversión navega en medio de fisgones y gente honesta que ve pasar los dólares de largo, pero que le encantaría formar parte de la fiesta, su eficacia en el retorno de la inversión está garantizada.
Dos, que el sistema funciona mejor cuando practica una fusión por absorción de los entes fiscalizadores y de justicia. Tres: Nada mejor que un régimen autoritario o dictatorial, tipo Nicaragua o Venezuela, para cumplir el sueño emprendedor. Cuatro: que el camino recorrido por el dinero sorprendería a cualquier estudiante de MBA. Pagos sin trazas, blanqueo, “brokers”, criptopagos, proyectos de beneficencia, “ayudas”, cuentas “offshore”, bonos para diputados, ONG de maletín, en fin: todo eso requiere de una gran capacidad de inventiva y de una disciplinada organización. Finalmente, tras la fachada de causas nobles, proyectos refundacionales, exaltaciones patrióticas, mesianismos y hasta de elevadas razones morales, se esconde una buena estrategia para hacer negocios utilizando los medios institucionales que ofrecen, de buena fe, la democracia y el Estado. La corrupción estatal es todo un caso de éxito empresarial, que sobrevive gracias a su altísimo nivel de competitividad, capacidad adaptativa y al espíritu “entrepreneur” de sus managers.