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jueves, mayo 2, 2024

Vergüenza ajena o propia

¿Deberíamos todos los hondureños sentirnos avergonzados por los niveles de corrupción en Honduras o tomarlo como vergüenza ajena? Aunque reconocemos que hay miles de personas que se consideran honestas, transparentes, éticas, y dotadas de diversas virtudes, que inculcan principios y valores a sus hijos e hijas, sin importar la religión que profesen o incluso si no profesan ninguna.

Sin embargo, también somos conscientes de que hay otros que, con su ejemplo, enseñan todo lo contrario; menosprecian a aquellos que siguen principios éticos, considerándolos “tontos” y tratando de arrastrarlos a sus malas prácticas, alegando que ser ético solo conduce a la pobreza y hay que ser “vivos” para lograr algo en estas honduras.

Así es como muchos abordan el tema de la corrupción a nivel personal, con un marcado cinismo y descaro. En el caso de algunos funcionarios públicos observamos con sorpresa cómo presentan sin reservas sus problemas personales y ambiciones desmedidas en los foros mediáticos. Pareciera que la corrupción y los corruptores se han normalizado desde el seno familiar hasta las altas esferas que controlan la política y la economía en Honduras. Dan clases en vivo sobre mitomanía y racionalizan su conducta de una manera histriónica.

En nuestra realidad, actuar de manera ética se presenta como la excepción, tanto en la esfera pública como en la privada. No nos referimos a la búsqueda de la perfección, sino más bien a la adopción de un estándar básico de decencia en las relaciones humanas, procurando la congruencia entre nuestra expectativa de ser tratados y nuestra propia conducta hacia los demás. En Honduras, este desafío persiste, y es crucial reflexionar sobre cómo podemos cambiar esta dinámica para construir una sociedad más ética y justa.

Ahora bien, porque inicio con la pregunta sobre sentir vergüenza ajena por vivir en una Honduras desbordada por la corrupción, aun cuando nosotros como individuos tratamos de hacer las cosas bien. El estigma de ser personas corruptas ya lo tenemos ganado junto con nuestra partida de nacimiento, solo por el hecho haber nacido en Honduras, “noble cuna de Francisco Morazán”, en los países menos corruptos nos ven con desconfianza y toca ganar ese respeto con cada uno de nuestros actos.

La percepción de corrupción de los habitantes de Honduras, sobre el sector público nos hace ocupar la posición 157 de 180 países del mundo. Una posición lamentable, que ha venido empeorando exponencialmente, en el año 2001, el país ocupaba la posición 71 De la región centroamericana solo Nicaragua nos supera en la posición 167. (Índice de Percepción de la Corrupción de 2022 de Transparencia Internacional).

La corrupción es parte de la cultura hondureña, muy arraigada en el sistema político, social y económico, al punto que en vez de disminuir se incrementa cada año. La falta de aplicación efectiva de la ley y la impunidad fomentan comportamientos corruptos. No hay rendición de cuentas para prevenir prácticas corruptas. O sea, las consecuencias por un delito o una falta civil no tienen consecuencias cuando hay dinero y poder de por medio. Es una especie de paraíso de la impunidad, donde gana generalmente el que tiene más influencias para poner el sistema a su favor.

Reconozco que este artículo no puede cambiar la conducta de quienes practican la corrupción, pero si espero alentar a aquellos que están llevando a cabo acciones éticas para que continúen este camino y sigan prosperando en sus empresas o emprendimientos. Asimismo, confío en que los padres y madres que ejemplifican los valores correctos no se desalienten. A pesar del sistema, es viable alcanzar el éxito sin perjudicar a otros para lograr nuestros objetivos, en otras palabras, avanzar con integridad y principios.

A los jóvenes que se les inculcan principios y valores desde Honduras y luego emigran por razones de estudio o empleo, tendrán una base ética sólida, que les permitirá estar mejor equipados para integrarse en sociedades que promueven la transparencia y la justicia.

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