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sábado, mayo 18, 2024

Una foto y 62 días

Recientemente alguien posteó una foto en una de las tantas redes sociales.

Se trata de un automóvil cuyo reflejo en el agua permite que, invirtiéndola, se vea la misma imagen, como en un espejo.

Al pie de la misma, decía que el fotógrafo había esperado más de sesenta días para lograrla.

Tuve que comentar, quizá cínicamente, pero apegado a la realidad, que el mismo efecto se lograría en diez minutos con “Photoshop”.

Si hubiera disparado un cañón al pie de una montaña de nieve no se habría producido una avalancha más grande, sólo que se trató de comentarios.

La foto no es extraordinaria, nada fuera de lo normal y corriente; creo que lo único que merece -si acaso- algún reconocimiento es la paciencia del fotógrafo.

Si se tratara de una pintura, escultura o cualquier otra obra de arte, uno podría alabar el acabado, talento del artista, etc.

Pero, sentarse a esperar la iluminación adecuada, probar y borrar miles de fotos, no es otra cosa que persistencia, ¡en nada mejora el resultado final de la maldita foto!

De la encarnizada lluvia de reproches que me llegó, puedo anotar algunos de los más notables, que darán paso al comentario que es el objetivo final de este escrito.

“¡Qué barbaridad! ¡Jamás lo hubiera esperado de usted! ¡Respeto para el artista!”

En primer lugar, un artista que expone su obra está sujeto a críticas y comentarios, no hay nada de irrespeto en hacerlo. El otro, que “jamás lo hubiera esperado de mí” sólo me lanza una pregunta: ¿Qué diablos esperaba de mí?

La verdad es que, en el caso de esa foto y otras actividades, creo que lo que importa es el resultado, no la paciencia o la pérdida de tiempo del autor.

Si uno tiene que ir a un lugar a cien kilómetros de distancia y no se trata de una competencia de resistencia o velocidad, ¿qué importa si camina, toma un taxi, un tren o se va en bicicleta? Lo que cuenta es el resultado final, recorrer lo cien malditos kilómetros, ¿cierto?

Lo que sí puedo sacar a colación es que quienes consideraron una ofensa que yo mencionara Photoshop, definitivamente no están preparados para los tiempos que estamos viviendo y, sobre todo, los que se avecinan.

Admiro la música de los grandes compositores clásicos, es asombroso que uno de los mejores de todos los tiempos haya sido alguien con problemas de oído y que otro fuese alcohólico y aun así pudiera componer maravillas, pero lo que cuenta no son las dificultades y obstáculos, al final lo que importa es la calidad de la composición.

Que el más sordo, ciego y hasta paralítico de los hombres que haya existido pudiese haber encontrado una forma de escribir música sería algo asombroso, digno de una de esas publicaciones de “Aunque usted no lo crea” pero cuyo trabajo sólo tendría el valor que la calidad de la composición le ameritara.

Ponga a Bad Bunny a componer durante cinco años, trabajando dieciséis horas diarias, utilizando todos los elementos electrónicos modernos y recursos escénicos de luces y sonido y lo que tendrá al final de ese esfuerzo es basura.

No es el trabajo ni la dedicación lo que cuenta en el arte, son los resultados.

Cuando uno contempla el David de Miguel Ángel o El Cielo de la Sixtina, lo que admira es la calidad de esas obras.

Posteriormente puede hacerse notar que tardó tanto o cuánto tiempo y en la incómoda posición en que estaba para pintar.

Pero si los resultados de su trabajo hubieran sido malos nadie los admiraría, como los de tantos artistas modernos, que emplean cualquier cantidad de tiempo para realizar sus obras y terminan exponiendo lo mismo que Bad Bunny; su falta de talento y la ignorancia de quienes les alaban.

Ahora el arte -y todas las disciplinas- se enfrentan a una amenaza, la Inteligencia Artificial, capaz de pintar, escribir, diseñar, componer, etc., cualquier obra.

Si al final el resultado es bueno, será válido comentar que se trata de IA, si el resultado es pésimo lo que se dirá es “¿y eso fue hecho por IA? ¡Un mono lo hubiera hecho mejor!”

Un genio como el científico Stephen Hawkins fue capaz de lanzar teorías revolucionarias sobre astrofísica desde su silla de inválido y dirigiendo el ordenador con el movimiento de sus ojos.

Un imbécil, armado de la mejor computadora del mundo no podrá producir otra cosa que imbecilidades.

A eso nos enfrentamos, ahora como en el pasado, el talento natural o artificial -pero talento al fin- es lo que cuenta, lo demás es trabajo de monos.

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